James Arroyo, el deportista que compite con los ojos del alma

James Arroyo, el deportista que compite con los ojos del alma

Por: Gabriel Díaz Montes.

Correr tras el balón con el cascabel sonoro fue un sueño que nunca imaginó. Su limitación visual lo hizo pensar que jamás llegaría a ser tan bueno y que los sueños solo estaban destinados para los demás.

Es el penúltimo de los seis hijos, cuatro mujeres y dos varones, de Joaquín Heberto Arroyo y Nellys Acosta Acosta, ambos monterianos, que llevan 30 años unidos en el amor. James Arroyo Acosta, es un joven deportista de 25 años de edad. Este monteriano, acreedor de un nombre que evoca a otro gran referente del deporte colombiano, fue elegido por la vida para que la viese de otra forma.

James se define a sí mismo como alguien que cuando quiere algo, se rompe el lomo por conseguirlo y no queda satisfecho hasta lograrlo. Y no es para menos, el destino y sus azares le quitaron la posibilidad de seguir viendo el mundo de la manera que, por sus primeros años, llegó a percibir. Hace 10 años le dieron un diagnóstico desalentador para cualquiera: Retinosis. No hay cura. Al momento de recibir el dictamen médico, de tratamientos que recibió en Montería, Barranquilla y Cartagena, pasaban por la mente del joven, de contextura gruesa y piel trigueña, palabras como ‘pérdida’, ‘restos visuales’, ‘degenerativo’, ‘discapacidad’, entre otras.

Años difíciles

Desde años atrás ya los tiempos difíciles habían tocado su puerta. Aquel James de poco menos de tres lustros de vida, que cursaba sexto grado en la Institución Educativa Victoria Manzur, del barrio Cantaclaro, donde reside desde hace más de 20 años, y al que aún no se le había diagnosticado su condición, desertó de sus estudios por los constantes abusos y burlas que recibía en su entorno. Las risas de sus excompañeros, los chistecitos del ‘gracioso’ del curso, las miradas despectivas de sus vecinos, fueron los detonantes para que dejara los estudios de bachillerato.

Así fue como se sumió en una depresión prolongada, la que aumentaría mucho más luego de su diagnóstico. Con el tiempo no solo era la visión la que se desvanecía poco a poco, sino también sus sueños y sus ganas de vivir. Cada vez veía más borrosa la posibilidad de unirse a las filas de la Fuerza Aérea Colombiana, o de estudiar Licenciatura en Informática y Medios Audiovisuales, como alguna vez hubiese querido. Por el contrario, lo que cada vez observaba con más claridad, era la opción de terminar, de una vez, con todo lo que estaba viviendo. El suicidio fue un pensamiento recurrente por mucho tiempo.

Su vida en Urabá

Al cabo de tres largos años, casi cuatro, de estar encerrado y alejado de todo y de todos en su habitación, James decide irse a vivir a Urabá a casa de su hermana, Lorey Karina, la segunda hija de los Arroyo Acosta. Allá, empezó a recuperar el contacto que perdió con el mundo exterior. Su hermana, al igual que toda su familia, ha sido su gran apoyo. Con ella estuvo aproximadamente unos 365 días, tiempo en el que descubrió que era posible volver a sonreír.

A su regreso a la capital cordobesa, se enteró, por medio de una amiga de su hermana Nellys Arroyo Acosta, que había un aula especializada en trabajar con personas con discapacidad visual. Un aula en el que se les enseñaría todo lo referente a las tecnologías de la información y la comunicación. Sabía que debía estar allá. En un año pasó de estar atrapado entre las cuatro paredes de su cuarto, a volverse a conectar con el mundo que ya había olvidado.

El año clave fue el 2013, justamente cuando decidió entrar. Allá conoció a personas como Ronnys López, Jesús Meléndez y Carlos Berrío, cada uno de ellos con historias de vida diferente, pero con condiciones parecidas.

También tuvo el gusto de encontrarse con la ‘profe’ María Angélica Acosta, como él la llama. De su mano confiesa que ha reído, ha aprendido, ha llorado, pero, sobre todo, le ha significado una transición para lo que sería “dar el siguiente paso”.

Le apostó al deporte

El tiempo transcurrió y James se adaptó más a su discapacidad. El hecho de que solo tuviese restos visuales laterales contribuyó a desarrollar su sentido de orientación. Es por ello, que le apuntó al deporte, quizás sin saber que este le tendría preparadas grandes cosas para un futuro. Empezó levantando pesas, actividad que solo duró un mes. En ese momento, Jesús Kergelén, entrenador y cazatalentos paralímpicos, se fijó en este monteriano de cabello corto y oscuro. Vio en él un diamante en bruto.

Así fue como se dedicó a la disciplina de lanzamiento paralímpico de disco, jabalina y bala. Ese 2015 supuso el inicio de su carrera. Fue seleccionado para varios campeonatos nacionales y departamentales, de los que destacan dos Open de Atletismo, ambos en el mismo año, y unos Juegos Paranacionales. De este último recuerda haber hecho su mejor lanzamiento: 20 metros. En todas ocupó un cuarto puesto, dejando en buena posición al departamento de Córdoba.

Había encontrado algo que le apasionaba: en el deporte halló un refugio, un sueño y unas ganas de seguir adelante. Pero no se quedó ahí. Empezó a interesarle la disciplina del Goalball, deporte que se asemeja a la esencia de cualquier otro: llevar o lanzar una pelota hasta el arco contrario, para anotar goles. Con la diferencia de que la pelota lleva en su interior unos cascabeles, que le permiten al invidente detectar la trayectoria, a través del sentido auditivo y de orientación.

Se siente en su ‘yeré’. Aunque es algo nuevo, se ha enamorado y ha rendido tanto que pudo representar a Colombia en una competencia en Ecuador. Ha sido múltiples veces elogiado por sus grandes actuaciones. Lo respalda el hecho de que en 2016 fue elegido Mejor Deportista con discapacidad del año por la Alcaldía de Montería, hecho que describe como gratificante e indescriptible.

Viendo la vida a su manera

Hoy día se encuentra caminando derecho y eligiendo la vida, viéndola a su manera, manteniéndose firme en su deseo de ser uno de los mejores del mundo en este deporte para poder ser convocado por la selección Colombia en la próxima Copa América a mediados del presente año, que se celebrará en Perú.

Para ello sabe que debe trabajar duro. Se despierta temprano a ejercitarse con las pesas, que él mismo construyó con cemento y una barra de metal, entrena todos los lunes, miércoles y sábados de tres a seis de la tarde. Es consciente que no hay espacios para practicar estos deportes en la ciudad, pero también sabe que cuando se quiere, no importan las dificultades.

James Javier Arroyo Acosta, el monteriano que algún día pensó en dejarlo todo y darse por vencido, hoy tiene dos medallas internacionales de plata y muchas más departamentales. Su reconocimiento como el mejor, es un tributo a aquellos que temen sobresalir por sus limitaciones físicas.

Ya no es el joven agobiado por la pena. Correr tras los cascabeles del balón sonoro lo hizo ver la vida de manera diferente.

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