Por: Félix Manzur Jattin
“No es ninguna vergüenza tener la cara sucia, la verdadera vergüenza es no lavarla nunca”. La anterior y lapidaria frase de Truman Capote en el libro, ‘A sangre fría’, hace recordar estigmas o tópicos torticeros, encubridores y procaces de procederes que atentan contra la ética pública y la moral republicana en los escenarios ejecutivos, legislativos y judiciales.
La cultura de la violencia, el raponazo, el asalto al erario público, la depredación, el irrespeto a la vida, coimas que se llevan el hambre y la salud de los pobres hasta de solemnidad, la impunidad, la falta de justicia son procederes magnificados, protegidos o exaltados en una sociedad enferma.
Pavoroso y degenerado contubernio que socava la otrora incólume, celebérrima y ejemplarizante conducta de quienes anhelaban el bien y desterraban la fetidez y audacia del demagogo y populista.
Expiaciones hipócritas y prosternación ante el delito; falacia y cinismo, réplicas mediáticas para esconder culpabilidad y endilgárselas al más débil. Alguna vez Séneca decía que la verdadera injusticia es la justicia tardía o enquistada en la impunidad. La cara oculta, mentirosa y el tétrico disfraz del farsante que delinque como saurio rastrero e ingenuo camaleón, esputa maldad y venenosa pestilencia.
Colombia sucumbe; el aletargamiento y olvido de que hacer patria se hace con honor y dignidad parece una fábula de conveniencia, un axioma destructivo y maquiavélico. La sociedad engañada, desmemorizada, vulnerada y aplastada de tanta maldad, parece una brizna que se la lleva el viento ante la parafernalia nacional que engaña, atropella, saquea y delinque sin piedad, ¡Pobre país!