El banderillero de la tricolor

El banderillero de la tricolor

Por Karen Bula Conde

La polvareda en el ruedo de la corraleja era el preludio de la furia del toro. El animal escarbaba una y otra vez para mostrar su poderío.

Los gritos de los espectadores eran cada vez más intensos, mientras que el hombre, con el capote rojo en las manos, seguía retando al animal para que se acercara a su sudoroso cuerpo.

Las notas de los porros desbordaban la alegría de los amantes de las fiestas, los ganaderos sonreían ante la mirada inquisidora del animal y allí, en medio de la nada, el mismo hombre seguía retándolo.

Cuando se disponía a hacer su mejor faena, para ganar unos cuantos pesos aún tentando a la muerte, el animal de lidia sació toda su furia en su frágil humanidad.

Hubo minutos de silencio que para algunos parecieron horas. Allí en medio del redondel estaba un hombre moribundo, vigilado celosamente por su agresor. De pronto, hubo una rápida reacción, amarraron al toro y lo sacaron en medio de los gritos de los espectadores. ¡Está muerto! repetían en coro.

No sabe cuánto tiempo pasó. Carlos Andrés González López despertó en un hospital de Córdoba. Tenía 60 puntos en su cara y cuello y sentía que no podía mover la parte derecha de su rostro.

Del capote a la banderilla

Durante ese mes, en el que cambió la adrenalina de las corralejas por las frías paredes de un centro asistencial, llegó a pensar que esa había sido su última faena. Sin embargo, nueve meses después su pasión lo llevó de nuevo al redondel.

“Sentí un poco de miedo, pero cuando a uno le gusta algo es difícil que lo deje. Mi cuerpo no estaba igual, sentía dificultad para hablar porque mi lado derecho quedó inmóvil”.

Era hora de empezar una nueva etapa. Dejó de lado el capote y se decidió por las afiladas estructuras de hierro que laceran la piel de los animales. Con las banderillas ganó el trofeo como el mejor en las corralejas del corregimiento de Las Flores, en el municipio de Santa Cruz de Lorica.

Ese galardón no cayó nada bien a sus padres, Rufino González y Neris Yolanda López, ni a sus siete hermanos, pues su familia no está de acuerdo con los riesgos que implica esa actividad.
“Esto es lo que me gusta, así un toro me haya corneado doce veces, de las cuales cinco fueron graves».

Muy colombiano

Es conocido como “El Colombiano” porque, a diferencia de los demás banderilleros, decora las suyas con papeles y tres bombas de color amarillo, azul y rojo. En su mano derecha siempre lleva la bandera del país.

“Yo quería ser el mejor y también ser reconocido por un símbolo, por eso las decoro con los colores de mi Colombia que fue el país que me vio crecer”.

Entró por primera vez a una corraleja a sus 16 años de edad. Tanto fue el amor y la pasión por esto que abandonó los estudios y solo llegó hasta noveno de secundaria.

“A mis 26 años no me arrepiento de no haber terminado mis estudios, aunque mis hermanos ya sean unos profesionales y yo no”.

Este joven de contextura delgada y estatura baja asegura que tiene su cuerpo a favor, pues le genera más agilidad a la hora de banderillear al temible animal.

Su trabajo lo ha hecho recorrer municipios como Planeta Rica, San Carlos, Ciénaga de Oro, Ayapel, Momil, Buenavista y Cotorra. Para él esta última es la que con más ansias espera pues son reconocidas como “la mamá de las corralejas”, ya que es la más grande y a la que vienen personas de todas partes del mundo.

Fiel creyente

Es fiel creyente y temedor de Dios. Antes de entrar en acción hace una oración y además le pide perdón a Dios porque está casi seguro que al Ser Supremo no le agrada que él ponga en riesgo una y otra vez su vida.
Cuando sale de hacer su asombroso trabajo, no puede faltar un trago de ron, pues le ayuda a bajar la emoción y el nervio que siente.

“Yo solo tengo un vicio que es el trago, los toros bravos y las mujeres bonitas”, dice con desparpajo reiterando que jamás cambiaría su trabajo.

Una y otra vez reta a la muerte. Las heridas suturadas en su cuerpo son un testigo silencioso del riesgo, pero si de morir se tratara, prefiere hacerlo con la bandera del país enrollada en su mano.

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