Miguel Emiro Naranjo, porro para la vida y alegría para el alma

Miguel Emiro Naranjo, porro para la vida y alegría para el alma

Por Tatiana Tordecilla Villalba

Los músicos interpretaban una y otra vez los únicos 10 temas que se sabían. La alegría desbordante que genera el último día del año, no era ajena a los habitantes San Antonio Nuevo, corregimiento de Sahagún.

Todos bailaban al ritmo de los alegres porros y fandangos. Los miembros de la junta de acción comunal del pueblo, los docentes y padres de familia no hubieran podido darles mejor regalo de Año Nuevo.

Ese 31 de diciembre de 1966 será una fecha inolvidable para los amantes del folclor, para la inmortalidad del porro y para el rescate de la música tradicional. Ese día nació la banda 19 de marzo de Laguneta, agrupación musical que cumplió 50 años.

Pasadas las ocho horas del toque seguían repitiendo Mata de Caña, Lirio rojo, La piña madura, Arroz nuevo y El crucero. 100 pesos por hora para interpretar lo mismo siempre, no le pareció justo a algunos de los asistentes. El reclamo no se hizo esperar. Sin embargo, Miguel Emiro Naranjo, el hombre que había llegado a enseñar a la escuela del pueblo, lo único que pudo decir esa noche fue ¡Cambien ustedes el paso porque la música es la misma!

La noche no pudo terminar peor. El cansancio agobiaba a los músicos, pero aún así fueron contratados para seguir la fiesta durante cinco horas más. Sus fuerzas se agotaron, a sus compañeros se les habían hinchado los labios, algunos se emborracharon y otros tambaleaban por haber perdido el sueño de la noche.

Cada vez que se despedían les ofrecían unos billetes más. No había escapatoria. Para salir del lugar les tocó huir por los montes y encontrarse de frente con el canicular sol. Ese fue el primer toque de la banda.

Apasionado del folclor

Frota sus dedos y juega con un anillo de piedra, color esmeralda, que adorna su mano derecha. Una vez más demuestra que lleva en su sangre la pasión y el amor por el porro. Su rostro refleja alegría, satisfacción y grandeza al sentirse hoy realizado con lo que un día soñó: hacer y enseñar este ritmo musical autóctono de la región cordobesa.

Desde pequeño, inició su fascinación por el folclor. Cuando su madre recitaba melodías, corría a buscar su violina para darle el toque musical. Son recuerdos de su infancia en su natal Ciénaga de Oro que jamás podrá olvidar.

Fue iluminado por la música desde la cuna. Cuando empezó sus estudios de primaria ya tocaba magistralmente su instrumento y cuando llegó al bachillerato, lo cambió por la corneta, convirtiéndose en uno de los mejores de la banda de la escuela.

Su llegada a Laguneta, corregimiento de Ciénaga de Oro, fue el 31 de marzo de 1964 cuando apenas tenía 20 años. Lo habían nombrado maestro de la Escuela Rural de Varones San José. El día que pisó el suelo de esa próspera región, solo llevaba una maleta llena de libros y su instrumento musical.

Allí no había bandas. Las celebraciones las hacían con agrupaciones traídas de otro lugar. Cuando estas se iban, los jóvenes quedaban silbando los temas que finalmente terminaban olvidados en los vericuetos del poblado.

Sorprendido por este suceso, Miguel Emiro Naranjo, decidió abrir unos cursos los sábados con el único fin de enseñar música y canto. Eso lo hacían fuera del horario académico y el primer logro fue la creación de un conjunto de violina.

Junto a un chocoano que tocaba tumbadora y a Juan Oviedo Ortega, el más diestro del saxofón, conformaron un grupo con tanto sabor que ponían a bailar a todo el pueblo.

Ese 19 de marzo…

Un 19 de marzo de 1966 llegó al pueblo Alfonso Piña, reconocido hombre en el mundo musical, por ser entonces el fundador del Festival Nacional del Porro Cantado en San Marcos, Sucre. Apenas vio al maestro supo que tenía un talento infinito.

Ese mismo día se creó la mejor banda que ha tenido la historia musical de Córdoba. No tenía la fuerza de hoy, pero sí las bases fundamentales de la música. Tampoco tenía instrumentos, pero sí las ganas y el tesón para conseguirlos.

«Los amores nacen un día, pero no los hijos», dice con una pícara sonrisa.
Salían a caballo, bajo el inclemente sol, a pedir colaboración para cristalizar el sueño. La ilusión se hizo realidad el primero de enero de 1967, cuando fue designado formalmente como director de la banda 19 de marzo de Laguneta.

Su imaginación y amor por este arte le han permitido plasmar en más de 100 interpretaciones su esencia. Con sencillez y gentileza, desde la calle, se le observa sentado en su estudio, protegido con rejas, pero abierto para todo aquel que le quiera hablar.

Con un atuendo descomplicado, una camisilla blanca, bermuda color beige y abarcas cafés, firma una dedicatoria para alguien especial y muestra con orgullo los 12 cuadros de reconocimientos, entre ellos sus diplomas.

Los libros también adornan el lugar. Se pueden observar de toda clase, desde el Código de Procedimiento Civil hasta uno de la décima popular en Venezuela. Lo que más brilla es una trompeta dorada que tiene en el centro de su escritorio.

No es un músico común

Miguel Emiro no es un músico común. Su talento y vocación lo llevaron a tierras europeas a enseñar el ritmo que nació en su corazón como un torbellino incontrolable.

Su paso por el viejo mundo fue en 1997. Thierry Bouchier, un experto en tuba y trombón de vara, cazador de sonidos y director de bandas en Francia lo contactó por primera vez en el Festival Nacional del Porro de San Pelayo, en 1996, por medio de un barranquillero que vivía en la Ciudad de la Luz. Su único objetivo era llevar el porro más allá del mar.

De Francia se fue a Grecia, Bélgica y España, apoyado por el Ministerio de Relaciones Exteriores, para que en 72 días, sembrara la semilla del porro en el viejo continente. Y así fue. Se creó la banda La Alborada, integrada por músicos franceses que interpretaban magistralmente temas como Boquita salá, Mata de Caña, Siempre viva y Luna de Mocarí.

Erizaba la piel cuando las partituras daban vida al fandango Sopla tierra y cuando la batuta se movía para mostrar que el legado del porro estaba en todo el mundo.

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