Por Marina Pérez Rojas
La Semana Santa en Ciénaga de Oro es una de las más tradicionales en Córdoba. La solemnidad de sus procesiones, la fe y la devoción forman parte de las herencias españolas, pero este municipio es algo más. Es un lugar parido por las montañas, edificado alrededor de ellas. Desde que te adentras ves su naturaleza, sus cerros con gran vegetación, el pasto cubre la tierra y los árboles son grandes y robustos. Fundado en 1776 por españoles que sometieron a los indígenas que habitaban estas tierras.
Ellos llegaron atraídos por las abundantes ‘pepitas de oro’ que bajaban de los cerros a causa de las lluvias torrenciales. Entre las montañas se creaban ciénagas llenas de oro, justo de allí nace el nombre de este territorio.
Hace menos de cien años aún se encontraba la pepita amarilla y brillante en el caño de Aguas Prietas que pasa por el pueblo, ubicado justo frente a la avenida de Las Palmeras. Los nuevos pobladores se iban a buscar el precioso metal a las orillas de las aguas.
Los habitantes llaman a Ciénaga de Oro, “El Loro” o “El Loro Viejo” como costumbre y se hacen llamar lorano o lorana aunque su gentilicio es orense.
Las mañanas huelen a campo. Se escucha el cantar de los pájaros, se siente la brisa fría que golpea las hojas unas contra otras y mueve las palmas de las casas hechas de bahareque y estiércol de vaca.
El sol con su luz brillante, poco a poco quita el frío y anuncia la llegada de la tarde. El olor a café y a yuca quemándose sale por el techo, un grito repentino “se quema el pan, bájale la mecha”. Los vendedores con sus carretillas pasean las calles y gritan sin parar “yuca, plátano, bollo dulce, guineo, pescado fresco”. Las señoras con sus ollas llenas de leche, mantequilla y suero, saludan contentas a sus vecinas todos los días.
Se pasa la mañana y llega el mediodía. El pueblo se llena de soledad y se inunda con un silencio tranquilizador, sus habitantes poco salen por el imponente sol que calienta el pavimento creando gran sofocación que brota desde el suelo. Sus calles se asemejan a un pueblo abandonado ya que las personas almuerzan, luego se hacen una siesta y van a trabajar.
Las noches, a veces calurosas y otras frescas, siempre son alegres. Se empieza a llenar la calle de niños que corren a pies descalzos, sudados y enrojecidos de tanto correr. Juegan a las escondidas, al fusilado, al stop y al bate. Se quedan hasta altas horas sin que sus padres les llamen a dormir.
La gente se sienta en la terraza para refrescarse. Las señoras desde sus cómodas sillas miran a todo el que pasa y no despegan la mirada hasta que el visaje del transeúnte doble la esquina, empiezan a torcer los ojos, a realizar gestos mueven la boca y desde ahí empieza el chisme. A estas mujeres les han puesto el apodo de “Vigorchis”, que traduce viejas, gordas y chismosas ya que se han ganado la fama de inventarse lo no visto y lo que nadie ha escuchado. Se pegan a las puertas y ventanas en las madrugadas a ver a qué hora llega y que hace el vecino.
Lo más famoso
Es la región del casabe. Se puede encontrar casabito con coco, con mongo mongo: se come con mantequilla, con queso, con café. También hay casadillas tostadas con coco, diabolines, todo esto hecho por manos de loranas pujantes.
En una casa vieja de palma, de color rosado, que está en toda la esquina, tomando la calle que va derecho a la iglesia San José, está la casa Amparo Salcedo, más conocida como “Amparo Chicheme”. Con su cabello blanco y negro por el pasar de los años, se levanta difícilmente de la silla, camina lento como si no pudiera hacerlo. Ella tiene una receta única que durante años no ha querido revelar. Vende el mejor chicheme del pueblo. Allí llegan personas de todos partes a tomar su refrescante y deliciosa bebida, en su gran mayoría siempre piden un vaso más que acompañan con diabolines.
El loro viejo fue la tierra de Pablo Flórez Camargo, llamado cariñosamente “Pablito Flórez”. El difunto tenía la piel morena, usaba lentes y casi siempre reía.
Era cantautor, compositor de más de mil canciones que ha hecho bailar a varias generaciones. Pablito tuvo gran éxito cuando compuso La aventurera, dedicada a Ninfa Isabel, una mujer de ‘cascos ligeros’ que trabajaba en el burdel de Petrona Naranjo. Apenas la vio quedó flechado con sus encantos. Ninfa tenía la piel acanelada, cabello castaño curvas seductoras y finos modales. Y a pesar de que tenia esposa, no pudo evitar enamorarse de la bella mujer.
Un día Ninfa Isabel desapareció. Se fue a recorrer otros pueblos y lugares, se fue a fiestas en los que billetes rodaban sin control, se fue y nunca más regresó. De ahí nació la canción La aventurera
Este pueblo también parió a Lucy González, apodada “La Cieguita de Oro”, mujer de admirar porque a pesar de ser ciega de nacimiento siempre mostró alegría al cantar.
En cualquier barrio en donde había una fiesta social llegaba la pequeña mujer, de cabello corto y gafas oscuras a ganarse unos centavos.
Manuel Salvador González, hermano de Lucy, compuso la canción El polvorete sin imaginar el gran éxito que esta tendría. Se la entregó a su hermana, quien le dio su propio ritmo y fue allí cuando creció su fama y en los toques se vuelve la pieza más pedida, la gente entonaba con picardía la canción: “Quien pudiera tener la dicha que tiene el gallo racatapun chinchin el gallo sube echa su polvorete racatapun chinchin y el se sacude”.
Tradición en Semana Santa
En Ciénaga de Oro, pueblo de Dios, la gran mayoría son católicos. Cada domingo la iglesia San José está atiborrada de fieles.
Los domingos, aparte de escuchar la santa misa que oficia el padre Néstor, se puede oír minuciosamente el balbuceo de las mujeres criticando “mira esa fue la ropa que trajo el domingo pasado”, pero los orenses pagan sus ofensas al prójimo cada Semana Santa, tiempo de reflexión, oración, chicha, hicotea, ron y fiesta.
En esta época se revive la muerte y pasión de Jesucristo. Realizan una procesión con diferentes pasos, entre esos están la Virgen María, María Magdalena, San José, la Última Cena, Jesús Caído, La Dolorosa y Los Penitentes, estos últimos son personas que pagan sus mandas o penitencias arrastrándose con unas pesadas cadenas por todas las calles hasta que finaliza la procesión.
“El Cuto”, un personaje de la Semana Santa, es quien anuncia la muerte de nuestro señor Jesucristo. Sale a las cinco de la madrugada, montado en un caballo de calle en calle, lleva consigo una trompeta, toma aire y sopla. La hace sonar, pero antes de esta se escucha un tambor que anuncia lo peor.
Durante los 365 días del año, José María Fortunato, a quien todos en Ciénaga de Oro conocen como “El Cuto”, es un humilde y apasionado carpintero, dedicado a la elaboración de puertas y ventanas o cuanto trabajo con madera le encarguen. En el día se le puede ver sonriente todo el tiempo mientras trabaja esperando con ansias cada Semana Santa.
Esta es la época de mayor afluencia de turistas. La Semana Santa es considerada patrimonio inmaterial de Colombia y cada año aumenta más la pasión por vivir estos días con el verdadero significado que tiene y para conservar un legado español que los ha convertido en el municipio de mayor tradición en Córdoba durante los días santos.