Rivalidad en la cancha, amistad en la tribuna

Rivalidad en la cancha, amistad en la tribuna

Hector LópezPor: Héctor A. Enríquez López

Twitter: @HectorEnriquezL

“Tranquilo mijo, ¡meta la mano y saque que ahí hay carnita!” fue lo que le dijo el señor, tal vez de 50 años o un poco más, al niño de ocho o nueve años quien tímidamente sacó de la enorme olla un trozo de carne bien asada y con una sonrisa, mirando de reojo al señor, agradeció.

El señor iba acompañado de dos adultos y tres jóvenes, quienes vestían algunos una camiseta roja, otros una azul y junto a la olla había una enorme bandera con el emblema de un león ya descolorido y seis estrellas rodeando dicha imagen; el niño tímidamente mostraba una camiseta manga corta de color azul con un letrero en la parte frontal del pecho que decía “Colombiana la nuestra”.

Bastante cerca había un grupo de cuatro hombres, uno más joven que los demás, quien estaría cerca a los 22 años, los otros estaban cerca a la barrera de los 30. Todos departían amigablemente y tenían un extraño objeto, una bota donde se especulaba reposaba un licor de manzanilla.

El espectáculo estaba garantizado, salieron los equipos al gramado y en medio del alborozo causado por los ídolos en cancha se vivía un nuevo duelo futbolero, una nueva edición del clásico de Bogotá.

El partido transcurría con gambetas, con jugadas poco elaboradas pero a su vez emocionantes, no primaba tanto la táctica pero si la técnica, hubo goles y al finalizar el encuentro todo fue gozo para un lado de la hinchada y tristeza para el otro color, salieron del estadio en familia, algunos cabizbajos pues sabían que tendrían las bromas de los victoriosos por al menos una semana, otros felices ondeando sus banderas, siempre en sentido de amistad.

27 años aproximadamente han pasado desde este tipo de marco, este era el entorno de todos los estadios donde se jugaba fútbol colombiano, un entorno de camaradería donde se reconocía al jugador diferente y donde se era amigo de quien compartía, no un color sino una pasión, así fuera por el rival de siempre.

Actualmente es difícil describir los hechos al interior de un escenario deportivo que acoja al deporte más popular del mundo, las tribunas son separadas por colores y en algunos casos no hay acceso al público visitante, en las calles es mejor no cruzarse con un grupo de hinchas que “defiendan” la camiseta contraria y es bueno no enorgullecerse de la casaca amada desde la infancia, tristemente es peligroso.

Confirmo esta teoría con los eventos sucedidos recientemente, en Medellín en el más reciente cotejo del cuadro local, se presentaron hechos de violencia en la tribuna con al menos 29 involucrados. En Cali en uno de los partidos más significativos de nuestro fútbol fue apedreado el bus que transportaba al equipo visitante. En algunas ciudades es prohibido el ingreso de seguidores del equipo que visita a la misma región, como si para desplazarse por el país en el que se nace se requiriera de algún tipo de permiso.

Es la realidad de nuestro fútbol, un bello deporte empañado por hechos violentos donde algunos inadaptados disfrazados de hinchas se han encargado de alejar a las familias de las tribunas, de conseguir que se pierda la identidad local del juego, de hacer desaparecer las tradiciones por culpa de una absurda guerra de colores donde el mayor trofeo es robar una insignia de la hinchada contraria o eliminar, de manera literal, a alguno de los líderes de la barra opuesta.

Pude ver también como un día un “hincha” pretendía golpear con un palo por la espalda a un padre de familia, quien iba acompañado de sus dos hijos, de nueve y siete años posiblemente, únicamente porque lucía una camiseta de color y emblema diferente al gusto de dicho vándalo con indumentaria deportiva, esto no es coherente.

Añoro cuando el fútbol se vivía en familia, con un estadio multicolor donde al tímido niño y a los jóvenes que disfrutaban su licor de manzanilla en bota les ofrecían con muy buena voluntad un trozo de carne, donde lo único que no ofrecían a los infantes era la bebida en bota y el mayor dolor era únicamente del corazón en caso de salir derrotados, nunca existía un dolor físico causado por una agresión.

PD: Podemos recuperar este bello escenario con un impulso desde la Liga Águila Femenina, que las tribunas se vean impregnadas por el aroma exquisito del gol y la exclamación y no por el hediondo olor que deja la guerra entre barras. #NoMásViolenciaEnElFútbol.

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