‘Juan Llorón’, el hombre que hace del dolor una excusa para reír

‘Juan Llorón’, el hombre que hace del dolor una excusa para reír

Por Luis Manuel Feria

A 200 kilómetros de distancia de la Heroica, en el corregimiento de Pelayito, Córdoba, todos se preparaban para celebrar las fiestas del 11 de noviembre. En medio del alborozo solo se escuchaba la música de la cantina, el sonido de la carta y la ficha del dominó en la mesa del billar.

Juan Manuel Carvajal Banda estaba dispuesto a participar de las Fiestas de la Independencia. Su esposa, Fanny Judith Galindo, lo ayudaba a escoger el vestuario que se pondría para la ocasión.

Una peluca, la ropa de mujer y el maquillaje de su hija, hacían parte de su atuendo. Antes de salir de su humilde casa de bahareque tomó el muñeco de trapo con el que pasaba jugando su nieto. Era un muñeco singular. En su cabeza solo tenía tres pelos y las manos torcidas, muy parecidas a las de ‘Pello’ Montes, su mejor amigo.

Empezó a recorrer las calles de su tierra natal, un corregimiento pacífico y olvidado del municipio de San Pelayo. Vestido de mujer simulaba llorar de despecho. Con el muñeco en la mano, pedía a ‘Pello’ que le reconociera su hijo.

Al escuchar el llanto en medio de la calle, los habitantes quedaron asombrados frente al espectáculo que protagonizaba. Ese 11 de noviembre de 2004 nació ‘Juan Llorón’, un singular personaje que llora a los vivos y que hace del dolor, una excusa para reír.

Su amigo Pedro Montes fue el primero en celebrar la ocurrencia, pese a que lo había ridiculizado ante toda la población. Ese fue el mejor pretexto para iniciar la parranda. ‘Juan Papoche’, como también le dicen por vender plátanos en un triciclo por el pueblo, acababa de cambiar su destino.

Del dolor a la burla

Llorar le sirvió para incrementar las ventas, pero también para que lo contrataran para hacer el show. Hasta su casa llegaban a buscarlo para derramar lágrimas por temas, objetos y cualquier otra cosa que generara la risa de las personas.

El llanto recrea todo ese escenario de antes. Cuando fallecía un ser querido, le demostraban el grado de amor con el volumen estridente de una voz acongojada. La narrativa que traía el dolor y el golpe en el ataúd, iba acompañada de desmayos y esos mismos episodios los pone en práctica este singular personaje.

Temas como la quiebra de los maiceros de Cereté, el racionamiento de energía en la región y la venta de Isagén han sido ridiculizados, a través del llanto, un show que cuesta desde 50 mil pesos en adelante.

No hay parranda en la que no quieran tenerlo. Verlo llorar y gritar desenfrenadamente se ha convertido en un espectáculo que nadie se quiere perder. Es capaz de simular dolor por la ‘pérdida irreparable’ de un zapato, o de un carro, pero sus lágrimas están cargadas de humor y sátira.

Lo único que no llora, ni si le pagan bien, es a los políticos en contiendas electorales. Teme que los perdedores tomen represalias, aunque no niega que en diferentes oportunidades lo han buscado para llorar a candidatos que perdieron algún cargo público.

¿Llorar o no llorar?

El desconsuelo de Carvajal, se convirtió en una herramienta para presionar la solución a algunos problemas. Así ocurrió cuando los músicos de un Festival Nacional del Porro lo contrataron para que llorara en la plaza pública porque no les habían pagado por sus servicios.

Todo estaba listo para el show. Sin embargo, la alcaldesa de la época Carmen Alicia Rubio de Esquivel se enteró de lo que pasaría en la plaza pública y no dudó en mandarlo a buscar a Pelayito.

Dos hombres se bajaron de un carro con vidrios polarizados, solicitaron por Carvajal, quien se encontraba en un taburete, y le dijeron que la primera autoridad del municipio necesitaba hablar urgente con él. Aceptó y llegó hasta la Alcaldía, donde lo esperaba la mandataria. A puerta cerrada dialogaron y ella le preguntó cuánto le habían ofrecido para llorar el festival. Cuando le dijo la cifra, le propuso el triple para que no llorara. Sin pensarlo dos veces recibió los 150 mil pesos y se fue a esconder a su casa.

El tiempo transcurría y los habitantes del corregimiento y de San Pelayo, se fueron desde temprano para ver a “Juan Llorón”, pero este nunca llegó. Pasaron las horas y todos se preguntaban qué se había hecho. Al ver que no llegaba todos coincidieron en que se había ‘vendido’. Los organizadores de la protesta tuvieron que salir corriendo a buscar a otro, pero el éxito no fue igual.

Todo un ritual

Fanny Judith Galindo, su esposa, expresa con seriedad que aunque lo ayuda a vestir, para las presentaciones no lo acompaña, porque no se presta para esas “sinvergüenzuras”, ya que cuando sale, la gente le dice “Juana”, al verlo vestido de mujer.

En su cuarto de bahareque reposan tres pelucas, una de color rosado, una roja, que es su preferida, y otra de color negro. Los vestidos de Fanny, quien tiene 60 años, permanecen en un baúl y los tacones, al momento de un show, se los presta su hija menor.

Las flemas mocosas fingidas, saliendo de la nariz, el desmayo luego de 10 minutos llorando, el golpe de los brazos sobre su cabeza y el lamento de dolor en medio del llanto, son lo que hacen llamativo a este personaje.

Cuando se va a presentar en una fiesta pide un trago de aguardiente para afinar su voz. Al iniciar el llanto no todas las veces le salen lágrimas, por lo que trata de recordar la muerte de un yerno asesinado, quien era el que le ayudaba a toda su familia.

Nunca lo han contratado para que lo haga en los velorios, pero si llega el día señala que no tendría inconveniente alguno. Por lo pronto prefiere llorar a los vivos.

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