Adriano Ríos Sossa, el escultor de historias

Adriano Ríos Sossa, el escultor de historias

 

Por Samir Ortiz Altamiranda

Escribir de un hombre que tiene tanta pasión por lo que hace, para mostrar desinteresadamente su tierra, es lo más cercano a un elogio constructivo, sutil y humilde para él. Posee un carácter tan fresco como un ‘guarapo’ en el Ranchón. Su personalidad reservada y su sencillez son características puras como la magia que usa para transformar la arcilla de un boceto a un mural.

Hay hombres que ven la grandeza y la inmortalidad únicamente en sus obras y a esos se les llama artistas. Ellos son los que han construido el presente en el que vivimos. Y no necesariamente son tipos de pincel en mano; en este caso la literatura se topa con alguien que cita a Isaac Newton y dice: “si he llegado a ver más lejos que muchos hombres, es porque me he apoyado sobre hombros de gigantes”.

Esto pasa cuando el artista lee, estudia, le da mérito a otros, los tiene en cuenta sin alabarlos y tampoco recrea en él complejos de superioridad. Sus ojos claros muestran a un ser que disfruta cada instante de su vida, que se toma unas cuantas cervezas en un bar, solamente de salsa, pero que se va temprano para continuar con su obra de vida, que se ríe a carcajadas con las locuras de los amigos y que siempre va retraído mirando espacios de pueblos o ciudades donde se necesite una sábana de arcilla horneada sobre una pared con un toque de creatividad.

‘Pelaíto’ con sangre del Líbano

Por allá en una cultura con seres emergentes de una mezcolanza de razas, seres híbridos, como dice el antropólogo argentino Néstor García Canclini, nació un ‘pelaito’ con sangre del Líbano e italiana en Santa Cruz de Lorica, tierra Zenú, al que nombran Adriano Ríos Sossa un 28 de octubre del año 62.

Crece y estando en el colegio, a la edad de cinco años, a diferencia de los demás, cada vez que llegaba el recreo en vez de jugar, se gastaba las tizas dibujando en el tablero caballos con anatomía y detalles. ¡Caramba!, eso era una cosa impresionante en ese momento.

Los años pasan y ya hecho hombre, decide estudiar artes, se profesionaliza y hoy ya modesto de sus logros dice “mi obra ha madurado en técnica y planteamientos”. Ya no es el mismo que se fue de Lorica a Bogotá, que se puso la toga y el birrete en la cabeza, que recibió un cartón de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y que se gradúo solo, sin compañía familiar.

A diferencia de sus hermanos, se armó de verraquera y levantó la cabeza. Cinco años atrás, antes de montarse a un avión dijo a su padre “el arte es mi carrera, esto es todo lo que yo en la vida quise ser”. Y lo logró.
Sentado en un taburete en los Altos del Piropo, un barrio de Lorica, relajado con un mocho de jeans y una camiseta estampada con el Quijote, con la barba tupida como sus ideas, corto de resentimientos y libre, le apuesta a la vida en lo social y cultural trabajándole al proyecto del mural y escultura del Malecón del Sinú, un libro de arcilla, un dibujo abierto de las raíces de su tierra natal.

Es un homenaje a personajes, como Delia Zapata Olivella, toda una bailarina apasionada, a Manuel Zapata Olivella resaltando sus obras literarias Changó el gran putas, Tierra mojada y En chimá nace un santo y a David Sánchez Juliao con una visualización del Pachanga, El flecha y Abraham al humor, estos dos escritores loriqueros de alta talla en las letras colombianas.

Entre los más destacados

El arte nace con el hombre y la mujer, solo que todos lo materializan de diferentes maneras. Adriano terminó siendo uno de los escultores más destacados de Córdoba, de Colombia y vuelve a empezar, a recrear otra historia más, otra biblia artística de la Lorica con sangre africana, con incrustaciones de aquellas palabras de dichos escritores.

Toño Dumett Sevilla, escritor y su amigo incondicional, dice “el arte es todo lo que el hombre hace”. Retoma a Arnold Hauser quien afirma: Egipto que data desde antes de Cristo, como civilización lo es gracias al arte, “entonces sin el arte somos seres vacíos y los pueblos que le dan la espalada al arte quedan siendo pueblos, no llegan al grado de civilización”. Ríos Sossa jamás pone en duda este pensamiento.

Esta tierra que emergió como cuna de hombres grandes y como el Edén para una infinidad de viajeros que dejaron frutos de sangre y concreto en un centro histórico, hace que despierte en él una vital curiosidad por la historia, esa que dice de dónde vienes y que ayuda a construir el camino para dónde vas.

‘Ñaño’, como todos le dicen de cariño, investiga con amor para luego plasmar un resumen del cuento de un pueblo diverso. Se pierde entre las hojas y los lápices, dibujando las mil ideas, para que más tarde en arcilla se una un rompecabezas entero dándole vida a aquello que ya pasó y que merece ser sabido, mas no ignorado.

«Hay hombres que son puntos de llegada, esos no terminan en nada y hay otros que son puntos de partida, esos siempre seguirán produciendo en la sociedad. Hay que ser críticos con la producción de los artistas, no tanto con su vida, la vida de todos es mundana. Hay gente que no sabe a qué vino y no busca la forma de descubrirse, más que nada esto se trata de uno como persona, no es un asunto para demostrarle a otros, es un autodescubrimiento y la escultura me lo ha dado todo».

Reviviendo tradiciones

Para este escultor que metió un barco y un mercado entero del siglo XIX en una pared, las hazañas nunca terminan. Sus primeros sueños de volverse inmortal de alguna forma, son llevando el recuerdo de todos sus bocetos como el fruto de su mejor trabajo para el futuro.

Termina la tarde de trabajo. Se levanta, guarda el taburete, acomoda las asperezas, esparce unas cuantas gotas de agua sobre la arcilla, la cubre cuidadosamente para preservarla húmeda y sale de su taller muerto de la risa, echando cuentos con su amigo, se monta en su vehículo y se va a casa a continuar con un poco de su rutina familiar.

En sus obras, ‘Ñaño’, revive esas viejas tradiciones, hace que hablen por sí solas y recoge en ellas todas las artes, los quehaceres y los costumbrismos de la gente humilde de su pueblo. Se apaga la tarde del abril cansado, un poco opaca con un atardecer nublado que incita a las primeras lluvias y fin del verano. Solo cabe decir que cosas como estas bien elaboradas, son las que nutren a las nuevas generaciones y como dijeron por ahí una vez, “Córdoba y Colombia necesita más Adrianos Ríos Sossa”.

2 comentarios sobre «Adriano Ríos Sossa, el escultor de historias»

    1. Excelente, amo este escultor, es un orgullo para todos nosotros los loriqueros.
      Un abrazo.
      Nota: no se si estoy mal, pero creo que hay un error ortográfico, o pudo ser que como en los teclados la V, queda pegada a la B.

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