Por Jesús Corena.
La brisa cuando se enamora de un sonido, irrumpe su magia por los oídos, no tiene que ver con ningún latido, pues su melodía, nunca te querrá verte decaído.
La música como aliciente para el alma, propende el jolgorio pacífico, unificado entre las personas, buscando propagar todo tipo de tristeza perturbadora en cualquier comunidad, teniendo en cuenta que la unión es la fortaleza universal de los pueblos.
Apreciado bajo un enfoque generacional, las melodías se arraigan por la sangre que por nuestras venas inculcadas por nuestros ancestros, trasegando por la sensibilidad de la niñez, trascurriendo nuestra pubescencia, hasta finalmente tocar la flacidez de la longevidad. De modo semejante, nuestro cerebro se inclina por degustar las costumbres adyacentes a su entorno social, y es allí, donde en nuestra región, emerge El Porro; ese ritmo que cautiva nuestro ser por la radiantes de sus melodías, ese folklore que nos transporta hacia la juventud de María Varilla.
Históricamente, el origen de la música de viento data de la época precolombina, a partir de los grupos gaiteros de origen indígena, luego enriquecida por la rítmica africana, tras seguidamente evolucionar y ser asimilado por las bandas de corte militar, donde posteriormente logra asentarse en la zonas del Sinú y del San Jorge con el populoso surgimiento del ´´ Baile Cantado´´. De hecho, las dos corrientes metodológicas pertenecientes a este portentoso ritmo (Palitiao) y (Tapao) le han suscitado dentro de su estereometría, planimetría y disociación la cúspide musical con diversos exponentes de este género, bien sea de manera interpretada u orquestada tales como: Lucho Bermúdez y Pacho Galán, mientras que por otro aspecto la forma ´´no cantada´´, presentada durante las décadas de los 80 y 90, catapultan al éxito dentro del plano nacional e internacional a inmarcesibles bandas, como La Doctrina y la indeleble 19 De Marzo De Laguneta.
No obstante, los problemas radicados en la sociedad, no han solventado de una manera ineludible y tácita la proyección del Porro en su máximo esplendor, del mismo modo, el constante dinamismo musical de otros géneros, el bajo déficit comercial para con la música de Viento y el viciamiento radial, producto de la » Payola» como atenuante extorsivo no tipificado como delito dentro del Código Penal Colombiano, han condicionado la Libertad De Expresión musical y restringido la vocación artística de los diversos exponentes de este folklore, de igual manera, conllevando descaradamente a tal hecatombe musical del mismo; como también, hasta tal punto de encontrarse en extinción radial, la baja demanda empresarial y la poca afluencia valorativa por parte de ´´ciertos administradores públicos´´ que en lugar de abrigar a este ritmo, lo discriminan con puños y puñaladas en la espalda, para con aquellos que verdaderamente lo sobrecogen y lo respaldan.
Más sin embargo, no basta un mero Festival Del Porro en el epicentro glamour de San Pelayo, mientras no se suplen la precariedad y la necesidad en la que vive el artista sabanero, mientras no se le otorgue el status verdadero a la música de viento, o en su mayor defecto, no se logren apagar las lágrimas de La Lorenza clamando consuelo; aun cuando en la lucidez de nuestras memorias perduran un fandango en una noche sonriente, un sombrero vueltiao al compás de la 19, un porro interpretado por los Franceses y una alborada, bajo un sol naciente.
En resumidas cuentas, tal parece que se nos olvidó de donde provenimos, del legado musical que en el pasado nos inculcaron nuestros ancestros, al darle cabida a la «foraneidad musical»que poco a poco ha marginado y exprimido adineramente nuestros artistas en una KZ o que sería del legado de Pablo Flórez sin su trompeta. Es por eso, que hoy por hoy, bajo un criterio personal aún resplandece en mi mente, el albor de ese majestuoso arte, al escuchar un bombo, un clarinete o una trompeta, durante mi niñez, en Laguneta. Por tal razón me reconforta el saber que mi abuela, germinó dentro de mí ser, escrúpulos, los cuales fueron impregnados por esa laudable sinfonía que para mí nunca será obsoleta, pues siempre con ella se ahogaron mis penas, al llenarme de total fortaleza; de todas maneras no me arrepiento de exclamar con todas mis fuerzas:
Viva El Porro! Viva La Región Cordobesa!