Guardando similitud con lo acontecido en la antigua Grecia, donde varias ciudades (Colofón, Cumas, Pilos, Ítaca, Argos, Atenas, Esmirna y Quios) se disputaban el honor de ser la cuna del gran Homero, un juglar de aquellos días (orador y contador de la cotidianidad a través de la poesía), también existen en el Caribe colombiano diversos municipios que pregonan ser el suelo donde germinó por primera vez el vallenato.
Pese a que no haya consenso en las declaraciones de algunos historiadores a la hora de establecer una fecha o un lugar preciso de la geografía nacional por donde entró el acordeón y se originó el género musical, sí hay una voz unánime que cataloga al vallenato como un eje cultural. Lo posicionan como uno de los géneros más representativos, para no generar controversia al decir que es el primero en ventas, reproducciones y seguidores a nivel nacional, lo que lo ha convertido en un distintivo de los colombianos ante el mundo.
Se podría decir que el vallenato es el resultado de un mestizaje musical entre Europa (acordeón), África (caja) y América (guacharaca), instrumentos tan distantes sonoramente, así como por su lugar de origen, pero que encontraron afinidad con el eco que se producía en el Valle del Cacique Upar.
La génesis del género estuvo estrechamente ligada a la ruralidad, tanto que la marca de acordeones Hohner se popularizó por su rusticidad y por ser la única que soportaba los embates de aquellas manos laboriosas y agrestes de los campesinos que la ejecutaban.
En medio de las labores agrarias de aquellos días, hombres virtuosos e instruidos únicamente por el espíritu empírico, como Francisco “El Hombre”, Juancho Polo Valencia, Lorenzo Morales “Moralito”, Emiliano Zuleta y Andrés Landero, comenzaron a darle vida al vallenato. Iban de pueblo en pueblo cantando vivencias propias o del acontecer de aquellos días y fueron llamados juglares, pues, así como Homero, ellos contaron historias que nada tienen que envidiarle a La Odisea o La Ilíada. Es que difícilmente existirá una batalla más épica como aquella en la que un hombre le ganó un duelo al maligno, tocando acordeón e interpretando el credo al inverso.
En esos días, la figura central del naciente género era el acordeonero, quien cantaba y ejecutaba el instrumento simultáneamente, acompañado únicamente de guacharaca y caja. Jorge Oñate marcaría un precedente en la historia, y para 1968 se celebró el primer Festival de la Leyenda Vallenata, donde aquel joven oriundo de La Paz, que más tarde sería conocido como “El jilguero”, cantó en una parranda y fue prácticamente fichado por Santander Díaz y Gabriel Muñoz para que grabara en Bogotá. Oñate se convirtió entonces en el primer cantante vallenato.
Jorge Oñate fue objeto de críticas. Los conocedores y letrados en el tema señalaban que un verdadero representante del folclor debía ser completo: acordeonero, cantante, compositor y capaz de defenderse en la piqueria. Sin saberlo, Oñate abrió el camino a Poncho Zuleta, Diomedes Díaz, Rafael Orozco y muchos más.
Para 1976, mientras el presidente Alfonso López Michelsen anunciaba la controvertida legalización de la dosis personal, se dio origen a la también controversial agrupación musical El Binomio de Oro, liderada por Rafael Orozco e Israel Romero. Fue la primera agrupación formalmente constituida. El Binomio de Oro revolucionó el vallenato con su puesta en escena, vestuario y, lo más significativo, con la incorporación de más instrumentos musicales que le dieron una nueva sonoridad al vallenato. Estos cambios trajeron consigo el reproche de algunos detractores, periodistas y colegas, quienes los acusaban de llevar la música de acordeón hacia un deterioro nunca antes visto.
Llega el nuevo milenio, y para la primera década del 2000 llega al vallenato una oleada de voces jóvenes, destacadas por su estilo particular. Era algo nuevo y fue llamado “La Nueva Ola”, con precursores como Luifer Cuello, Kaleth Morales, Silvestre Dangond y Peter Manjarrés.
La Nueva Ola es, a su vez, una compilación de representaciones del género que han buscado su diversificación y evolución mediante fusiones con el pop, la cumbia y hasta la música urbana. Algunos consideran que estas nuevas dinámicas van en detrimento de la música de Francisco “El Hombre”, mientras que otros, por el contrario, argumentan que estas modificaciones han permitido alcanzar a un público más joven y llegar a más lugares.
Queda más que claro que, al igual que la vida misma, el vallenato está en constante evolución, buscando adaptarse a las nuevas dinámicas y demandas del mercado. Hay quienes seguirán produciendo vallenato auténtico, en procura de conservar una identidad cultural; otros, en cambio, buscarán acoplarse a las exigencias del mundo actual y producirán lo que Poncho Zuleta llama “salchipapa”.