Nos comimos el cuento…

Nos comimos el cuento…

Por: Lunática.

A cierta edad uno empieza a pensar que ese príncipe que Rapunsel, Blanca Nieves y la Cenicienta conocieron antes que nosotras, son puro cuento. Literal.

Pero crecimos toda la vida con esas historias que muy en el fondo, deseábamos que fueran realidad, pero tropiezo tras tropiezo empezamos a dudar, hasta llegar a ese punto de odiar los cuentos de hadas por mentirnos o pensar que los príncipes azules ya se agotaron, como el papel higiénico en Venezuela.

Uno termina desechando la idea de encontrar un hombre así, dueño de un reino, lindo, bien vestido, con buenos modales, romántico, detallista, de buen cuerpo y le encuentra gracia a ese que nos hace sonreír así no cumpla ninguna de las anteriores.

El atrevido, a quien no le importa la hora ni el lugar, el que llama con tragos en la cabeza, el que nos mueve el piso (y otras cosas) sólo con decirnos una palabra bonita o en ciertos momentos atrevidas, picantes y eróticas. Pero de educados, esbeltos y de príncipes no tienen nada.

Entonces empezamos a pensar más real, en nuestra estabilidad, en el futuro. Y aquel cuento del “qué dirán” se queda atrás, como los prejuicios por la raza, “la clase social”, la religión o aún más insólito, la política (a menos que sea Chavista).
A mi edad por ejemplo, uno se enamora de ese hombre seguro, el que lucha por uno, el que no dice te quiero con un te quiero, el que le demuestra a uno que está ahí y se va a quedar, el que no se cansó y de aquel que se preocupa todos los días por verlo a uno mejor y sobre todo de ese que nos acepta con toda la locura que llevamos por dentro.

En algún momento, sin que lo esperemos, llega una persona dispuesta a organizarle el desorden que uno tiene en la vida, despacito, con amor. Y no es que uno pueda solo, pero a veces hacen falta motivos. Que te quieran como eres, pero que te ayuden a ser mejor. Y es ahí, en ese instante cuando uno se enamora de verdad, no de la personalidad, ni del físico, sino del espíritu, de su ser y de “todo” lo que uno siente teniéndolo al lado o quizá solo escuchando su voz.

Cuando llegan personas así, entendemos que ha valido la pena esperar. Rapunsel pudo tener su historia perfecta pero no real, que ese balcón con tanto potencial nunca recibió una serenata, en cambio ella sí muchos dolores de cabeza, Blanca Nieves nunca va a tener un “príncipe borracho” en el teléfono a las 3 de la mañana declarándose su amor, y cenicienta Jamás va a experimentar la incertidumbre de tener un admirador secreto que le envíe regalos desde el anonimato. Solo les puedo decir que los príncipes azules si existen, no tan azules, ni tan príncipes, pero sí más alocados, modernos y más reales.

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