En una tienda de barrio en la costa caribe colombiana, una historia sencilla se convirtió en símbolo de esperanza. Una madre, con solo dos mil pesos en el bolsillo y sin cómo preparar el almuerzo, escribió una nota temblorosa que su hija llevó como mandado. Pedía cuatro huevos, media libra de arroz, tres platanitos y un frutiño. Al final, una súplica: “Cachaco, si le quedo debiendo después le pago, que no tenemos para el almuerzo”.
El tendero, al leer aquellas palabras, no dudó. En lugar de limitarse a lo solicitado, llenó la bolsa con arroz, fideos, atún, aceite, verduras y mucho más. Y junto a los alimentos, envió un mensaje que parecía escrito desde el cielo: “Tranquila, ya eso lo pagó Dios”. El gesto, compartido luego en redes sociales, tocó miles de corazones y despertó una ola de solidaridad.
Este caso refleja una realidad cotidiana en Colombia: miles de madres de estratos bajos que deben fiar en la tienda, pedir menudeado o improvisar con lo poco que tienen para alimentar a sus hijos. En muchos barrios, el tendero no es solo comerciante, sino confidente, respaldo y testigo silencioso de las luchas diarias. Esta vez, fue también instrumento de un milagro.
La historia no termina en la bolsa de mercado. Termina en el corazón de quienes la leen y deciden replicar el gesto. Porque aunque el sol no siempre brille para todos, hay personas que se convierten en luz. Y cuando eso ocurre, no hay deuda que no se pague, ni hambre que no se alivie.