La historia nos ha enseñado que los pueblos que entregan su esperanza a quienes prometen cambio y terminan recibiendo persecución y miseria, viven un dolor doble: el de la traición y el de la pérdida. Hace apenas tres años, millones creyeron en la promesa de una Colombia mejor y en paz. Hoy, la realidad es otra: la izquierda que se proclamó adalid de la justicia ha convertido la diferencia en delito, y la oposición, en enemigo a exterminar.
La muerte de Miguel Uribe es el rostro más doloroso de ese país torcido que se ha sembrado en tan poco tiempo. No se trataba solo de un líder, sino de una voz joven, preparada y dispuesta a luchar por las ideas desde la democracia. Hoy ya no está, y la sombra de la violencia política vuelve a cubrir nuestra patria. Paralelamente, se ensaya un montaje judicial para condenar y borrar de la arena política al mayor opositor que ha tenido el proyecto de Petro: Álvaro Uribe Vélez. Una jugada calcada a lo que Hugo Chávez construyó durante décadas para sepultar a Venezuela… solo que aquí, Petro lo hizo en tres años.
El resultado está a la vista: una nación quebrada moral y económicamente, donde la inseguridad devora barrios, la inversión huye, la confianza se pierde y la esperanza parece un lujo. Pero este es un pueblo que no se rinde. Colombia ha sobrevivido a Gaitán, a Galán, a Plazas Vega, a la violencia narcoterrorista, y siempre, siempre, ha encontrado la manera de levantarse.
Petro y sus secuaces podrán creer que han sellado su dominio, pero olvidan que la historia es implacable con quienes traicionan al pueblo. En las próximas elecciones, cuando los colombianos se unan en las urnas, quedará sepultada para siempre esta izquierda chandosa, mentirosa y destructiva.
No es la primera vez que la democracia es puesta a prueba. La diferencia es que hoy, la generación que creció creyendo en la libertad tiene en sus manos la posibilidad de salvarla. Que la muerte de Miguel Uribe no sea en vano: que sea el grito que despierte a un país entero. Colombia no se rinde, y esta vez, será el pueblo el que tenga la última palabra.