Ni el protocolo del Congreso ni la investidura presidencial lograron amortiguar el impacto de las palabras que Lina María Garrido le lanzó en plena instalación legislativa. “Usted defraudó a las regiones”, dijo la segunda vicepresidenta de la Cámara, y desde ese momento, parece que el presidente Gustavo Petro no ha logrado recomponerse del todo. La réplica de Garrido no solo destapó las fracturas del proyecto de “paz total”, sino que dejó al descubierto una creciente incomodidad en el Gobierno frente a las voces disidentes que vienen desde adentro del poder legislativo.
La congresista ha sido clara: el discurso presidencial está desconectado de la realidad territorial. “Hoy me siento más expuesta que nunca”, confesó Garrido en Sin Anestesia, visibilizando las amenazas que enfrenta no solo por el conflicto armado en Arauca, sino por el descontento que provocó su intervención. Con las bodegas oficialistas encendidas en su contra y mensajes de intimidación circulando por redes, el Gobierno parece más enfocado en silenciar la crítica que en fortalecer las garantías para ejercer política sin miedo.
El malestar no es menor. Petro, que se ha vendido como garante de la paz, acumula contradicciones que Garrido desenmascaró en plena sesión: un aumento del 50% en la criminalidad, cifras récord en producción de droga y un electorado frustrado. Que esas palabras vinieran de una mujer con voz firme y mandato popular parece haber calado hondo en quienes no están acostumbrados a que se les contradiga de frente, mucho menos en público.
Mientras tanto, Garrido sigue sin poder regresar a Arauca, y su seguridad está en manos de una tutela judicial. “Ya tomé la decisión de vida de alzar la voz”, afirmó, poniendo el debate sobre garantías democráticas y protección política sobre la mesa. La pregunta que flota es otra: ¿podrá el presidente superar la verdad que una mujer se atrevió a decirle en su cara?