En los pasillos de la Universidad de Córdoba no solo se forman profesionales, también se tejen historias de resistencia y esperanza. Una de ellas es la de María Fernanda Altamiranda, estudiante que, con apenas 20 años, equilibra clases, trabajos académicos y la venta de bolis caseros para apoyar a su madre y continuar sus estudios. Originaria del municipio de Morales, Córdoba, esta joven simboliza la silenciosa valentía de cientos de estudiantes que no se rinden ante las adversidades.
Su madre, costurera y madre cabeza de hogar, ha sido el pilar que la impulsó a soñar en grande. “Cada boli que vendo es una forma de agradecerle el sacrificio que hizo por mí”, afirma María Fernanda, con una madurez que desarma. Y es que más allá del esfuerzo económico, su historia es un homenaje al trabajo honrado que dignifica, en tiempos donde muchos sienten vergüenza de sus orígenes.
Entre clases y recorridos por los salones con su neverita improvisada, esta joven ha logrado ganarse el cariño de estudiantes y docentes. No pide favores, ofrece sabor, esfuerzo y un mensaje claro: cuando hay ganas, no hay excusas. Su actitud resiliente ha inspirado a sus compañeros, quienes la ven como un ejemplo tangible de que sí se puede, incluso cuando el camino parece cuesta arriba.