En la Marcha del Silencio no solo marcharon las élites de Colombia

Tras la multitudinaria Marcha del Silencio en rechazo al atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay, sectores cercanos al oficialismo intentaron deslegitimar la movilización afirmando que “solo marcharon las élites, no el pueblo”. Sin embargo, esa narrativa ignora una realidad evidente y cada vez más incómoda para el Gobierno: las calles ya no le pertenecen.

Miles de ciudadanos de todas las regiones del país salieron en silencio, pero con firmeza, a manifestarse no solo por la vida, sino también por la democracia, la justicia y la libertad. Lo que se vivió fue una expresión colectiva de hastío frente a un gobierno que prometió un cambio social profundo, pero ha terminado desconectado de las verdaderas necesidades del pueblo.

Contrario a lo que se dice desde algunos sectores del petrismo, no fue una marcha de élites. Fue una marcha del ciudadano común: madres cabeza de hogar, trabajadores informales, jóvenes y adultos mayores que sienten que las reformas del gobierno no los representan ni los benefician.

Dos verdades incómodas:
1. La reforma laboral y la consulta popular no ofrecen soluciones reales al trabajo informal. Ningún punto de estas iniciativas aborda de fondo la situación de millones de colombianos que viven del rebusque, sin contrato ni seguridad social.
2. Un subsidio a la vejez no requiere una reforma pensional. Bastaría con que el Gobierno diseñe un programa serio, sostenible y eficiente. La insistencia en condicionar ese alivio social a una reforma estructural sugiere que se trata más de una estrategia política que de una preocupación real por los adultos mayores. Incluso, varios programas de apoyo a la vejez fueron desmontados por esta administración, contradiciendo su propio discurso.

La Marcha del Silencio evidenció un punto de inflexión: la ciudadanía está despertando y asumiendo un rol más activo en defensa de los valores democráticos. Lejos de ser manipulada por intereses políticos, esta movilización demostró que hay un país que ya no se deja etiquetar ni dividir. Un país que exige, en voz baja pero con convicción, respeto, coherencia y liderazgo.