Julio Elías Vidal: el senador que llegó al congreso sin votos y vendió su voto

En la rica tradición política del Caribe colombiano, donde los caciques cambian de partido como quien cambia de camisa, sobresale un personaje que ha elevado el arte de la inutilidad a alturas insospechadas: el senador Julio Elías Vidal. Sí, ese mismo, el que llegó al Congreso por carambola, como un pasajero que se sube al bus sin pagar pasaje y termina viajando en primera clase.

Vidal no fue elegido, sino colado. El pueblo cordobés, que no es ningún ingenuo, le negó la curul en las urnas. Pero la política, que en Colombia es más telenovela que democracia, le dio un giro inesperado al libreto. La renuncia del senador Berner Zambrano, quien dejó su curul para evitar una posible inhabilidad que le impidiera postularse a la Gobernación de Nariño en las elecciones regionales de 2023, dejó vacante su escaño. Y así, ¡zas!, apareció Julio Elías Vidal, como el suplente que nadie pidió, pero que ahí está, calentando silla.

Desde entonces, su paso por el Senado ha sido tan discreto como irrelevante. No ha impulsado proyectos, no ha hecho debates, no ha alzado la voz por Córdoba ni por Colombia. Julio Elías Vidal es el senador perfecto para el statu quo: no estorba, no incomoda, no hace nada. Un ‘flojazo’, un verdadero convidado de piedra, pero con viáticos, escoltas y salario de primera línea.

Sin embargo, no sería justo decir que no ha hecho nada. ¡Hizo una cosa! Una sola, pero memorable: le vendió su voto al presidente Gustavo Petro para la consulta popular. Un acto de convicción democrática, dirán algunos. Pero todos sabemos que la única convicción allí fue la del precio. En tiempos donde la política se mide en transacciones, Vidal cumplió: entregó el voto al mejor postor. El gobierno del «cambio» necesitaba apoyo, y Vidal necesitaba… bueno, algo que justifique su paso por el Congreso.

Así que, si algún día se escribe la historia de los grandes pactos políticos del siglo XXI, habrá que reservar un párrafo para Julio Elías: el senador, hermano del corrupto y condenado «Ñoño» Elías que llegó sin votos, que no hizo nada, y que cuando hizo algo… fue vender el voto. Tal vez no sea un estadista, pero sin duda es un símbolo. Un símbolo de lo que hay que cambiar.

Porque mientras Córdoba espera gestión, representación y dignidad, Julio Elías Vidal se limita a estar. Y estar, para él, ya es mucho. Su presencia es un recordatorio constante de que el Congreso necesita menos combinados de piedra y más voces con ideas.

Y claro, no podía ser de otro sitio: de Sahagún, Córdoba, el pueblo que ha dado más congresistas que plazas públicas, pero también más escándalos que proyectos. Tierra de caciques de voz suave y manos y uñas largas, donde parece que el poder se hereda como los apellidos y los pecados. Sahagún no falla: cuando uno de sus hijos entra al Congreso, el país tiembla… pero no de emoción, sino de sospecha. Y mientras el show sigue, Julio Elías sonríe, calla y sigue ahí: viviendo del Congreso como quien vive de una herencia ajena.