En un rincón polvoriento donde el cemento aún no ha borrado la tierra, los niños revive una infancia que muchos creían extinta. Corren descalzos, empujando carros hechos con totumo y palos, mientras las niñas cocinan con barro, hojas y piedritas en cocinitas improvisadas bajo la sombra de un árbol. No hay pantallas, ni juguetes de marca, ni adultos corrigiendo cada paso. Solo hay risas, imaginación y una libertad que huele a monte y a tardes sin reloj.
Ver cómo los niños negocian con hojas como si fueran billetes, montan tiendas con tapas de gaseosa y se reparten roles en un mundo que ellos mismos han inventado. Es un universo paralelo al de las ciudades, donde la infancia aún se vive con las manos sucias y el corazón limpio.
“Esto sí es niñez”,. Y no es nostalgia vacía: es memoria viva. Porque quienes crecieron en los pueblos saben que ahí, entre ollas viejas y muñecas hechas con trapos, se forjaban los sueños más grandes. No hacía falta más que un poco de ingenio y otro tanto de complicidad para convertir cualquier tarde en una aventura.
Mientras el mundo se acelera y la tecnología invade hasta los juegos, este video es un recordatorio de que la infancia no necesita mucho para ser feliz. Solo espacio, tiempo y libertad. Y quizás, también, adultos que no olviden que alguna vez un totumo fue su primer carro y una hoja, su primer salario.