Tres años ya. Tres. Y que alguien me diga, con pruebas en la mano y no con discursos de lengua viperina, cuál es la obra insignia de Gustavo Petro en Córdoba. Una sola. ¿Dónde está la gran autopista del cambio? ¿Dónde la gran universidad, el hospital modelo, el distrito de riego que saque al campesino del lodo? Nada. Cero. Ni siquiera el bendito cierre de Caregato de la Mojana, que parecía pan comido para el gobierno de la retórica del cambio.
El “cieneguero” se ha ido en versos, en trabalenguas, en arengas, en odas a sí mismo, pero la tierra que lo vio nacer —o que él escogió como suya según le convenga— sigue igual o peor. La pobreza sigue bailando mapalé con las bandas criminales, la inversión duerme en una hamaca rota y la institucionalidad tiene más huecos que la vía que conecta a Lorica con Ciénaga de Oro, su tierra de origen.
Petro vino a prometer el cielo a su tierra y lo único que ha traído son nubes negras. En Córdoba no hay ni una obra para colgarle la medalla del mérito o la de cuero que hizo famosa la exgobernadora, Martha Sáenz. Ni una placa que diga: “Aquí invirtió el Gobierno del cambio”. Porque cambiar, lo que se dice cambiar… sólo ha cambiado el discurso. Hoy ya ni menciona a Córdoba.
Así que si alguien llega a encontrar una obra insignia en este departamento atribuible al actual presidente, que no pierda tiempo: que la fotografíe, la enmarque y la done al Museo de lo Imposible o a el pueblito cordobés. Porque Petro gobernando para Córdoba terminó siendo como el nido de la paloma: pura paja y cagá. Un verdadero unicornio costeño: nadie lo ha visto, pero muchos aún juran que existió.