La ciudad de Cali vivió una de sus jornadas más dolorosas este jueves 21 de agosto, cuando una explosión frente a la Base Aérea Marco Fidel Suárez dejó seis muertos y más de 70 heridos. Entre las víctimas fatales se encontraba Juan Diego Martínez, un joven de 17 años que soñaba con abrir su propia barbería y convertirse en futbolista profesional. Caminaba junto a su madre por la carrera 8ª con calle 52, cuando el estruendo lo derribó y convirtió sus sueños en silencio.
En medio del caos, su madre, también herida por la onda explosiva, se aferró al amor más profundo: “¡Atiendan a mi hijo primero, por favor!”, gritaba entre lágrimas y desesperación, suplicando a los socorristas que salvaran a Juan Diego antes que a ella. Su voz, cargada de dolor y entrega, se convirtió en el símbolo de una tragedia que no solo enluta a una familia, sino que sacude a todo un país.
Juan Diego había viajado desde Candelaria con la esperanza de comprar insumos para su emprendimiento. Quería ayudar a su familia y ahorrar para cumplir su sueño deportivo. Su historia, como la de otros cinco civiles que murieron ese día, revela el rostro humano detrás de las cifras: vidas jóvenes, trabajadoras, truncadas por la violencia indiscriminada de grupos armados ilegales.
Mientras Cali permanece en duelo, la imagen de una madre clamando por su hijo se queda grabada en la memoria colectiva. Porque detrás de cada explosión hay proyectos interrumpidos, y detrás de cada víctima, hay un amor que no se rinde, aunque la vida se apague.