En la cámara ardiente instalada en el Congreso, el país fue testigo de una escena que estremeció incluso a los más acostumbrados a los rigores de la política nacional. Miguel Uribe Londoño, padre del fallecido senador, se inclinaba sobre el ataúd de su hijo sin poder levantar la cabeza, vencido por el dolor de una pérdida que se suma a la de su esposa, Diana Turbay, asesinada en 1991. A su lado, María Carolina Hoyos Turbay, hermana de Miguel, cargaba el peso de una historia familiar atravesada por la tragedia: la muerte de su madre, su abuela Nydia Quintero y ahora su hermano.
María Claudia Tarazona, esposa del líder político, acariciaba el féretro cubierto con la bandera de Colombia mientras las lágrimas le impedían pronunciar palabra. En sus redes, dejó un mensaje que conmovió al país: “Nuestro amor trasciende este plano físico. Espérame, que cuando cumpla mi promesa con nuestros hijos, iré a buscarte y tendremos nuestra segunda oportunidad”. Ahora, con el corazón destrozado, deberá cuidar sola a Alejandro, el hijo que tuvo con Miguel, y continuar el camino que juntos soñaron.
La sala, colmada de flores blancas y homenajes, se llenó de un silencio pesado, roto solo por los sollozos de quienes despedían a un hombre que, más allá de su rol político, fue esposo, padre y hermano. La familia Uribe Turbay, marcada por la violencia y la pérdida, se convirtió en símbolo de resiliencia y amor profundo. “Romper una familia es el acto de violencia más horrible que se pueda cometer jamás”, dijo María Claudia, en un llamado a la paz que resonó entre los muros del Congreso.
La partida de Miguel Uribe no solo deja un vacío en la política colombiana, sino también en una familia que ha enfrentado la historia con dignidad y fortaleza. En medio del duelo, su legado se convierte en una promesa de unión, memoria y esperanza para un país que aún busca sanar.