Cómo destruyen una familia tan linda

La muerte de Miguel Uribe Turbay, senador y aspirante presidencial, no solo dejó un vacío en la política colombiana, sino que destruyó a una familia que ya había sido golpeada por la violencia. Su hijo Alejandro, de apenas cuatro años, queda huérfano en circunstancias dolorosamente similares a las que vivió su padre en 1991, cuando perdió a su madre, la periodista Diana Turbay, asesinada tras un fallido operativo de rescate. La historia se repite, como si el país no hubiera aprendido a proteger a sus hijos.

Miguel Uribe soñaba con que su hijo no viviera el mismo dolor que él. “Nunca le va a faltar lo que a mí me faltó”, dijo alguna vez, convencido de que la paternidad era su forma de reparar el pasado. Pero el atentado del 7 de junio truncó ese sueño. Un menor de edad le disparó durante un acto político en Bogotá, y tras más de dos meses en cuidados intensivos, falleció el 11 de agosto. Alejandro, como Miguel hace 34 años, queda marcado por una herida que Colombia aún no ha sabido cerrar.

La esposa de Miguel, María Claudia Tarazona, compartió que “ser papá fue su mayor sueño”, y que Alejandro era su motor. Junto a él, Miguel asumió como propias a las tres hijas de María Claudia, formando un hogar que hoy queda fracturado. “Nuestro amor me sostiene, la familia que formamos es mi mayor fuerza”, escribió ella tras el atentado. Hoy, esa fuerza se pone a prueba ante una pérdida que desgarra.

Esta tragedia familiar es también un espejo del país. Un país donde los magnicidios siguen ocurriendo, donde los niños siguen creciendo sin padres, y donde la violencia política se hereda como si fuera parte del ADN nacional. La historia de los Turbay no es solo una historia de dolor: es una advertencia de que Colombia aún no ha trascendido. Y que mientras no lo haga, seguirá dejando huérfanos a sus mejores sueños.