La oficial de policía Celeste Ayala protagonizó un gesto que conmovió al mundo. Mientras cumplía una guardia adicional, escuchó el llanto persistente de un bebé de apenas meses de nacido. El pequeño, junto a sus cinco hermanos, había sido trasladado por orden judicial tras evidencias de desnutrición y abandono. En medio del caos hospitalario, nadie lo atendía. Ayala, madre lactante en ese momento, pidió permiso para amamantarlo. Lo hizo sin dudar, guiada por instinto y compasión.
La imagen de Ayala sentada en un pasillo, con su uniforme, alimentando al bebé, fue captada por un compañero y se viralizó en redes sociales. El gesto fue celebrado por miles de personas y reconocido oficialmente: Ayala fue ascendida a sargento por el Ministerio de Seguridad de Buenos Aires. “Advirtió que un niño lloraba desconsolado de hambre e hizo un gesto de amor espontáneo”, declaró el ministro Cristian Ritondo.
El bebé recibió atención médica completa y fue puesto bajo protección. Aunque su futuro aún dependía de decisiones judiciales, ese día conoció algo que no figuraba en ningún expediente: el calor de unos brazos que lo sostuvieron sin condiciones. Ayala, entre lágrimas, confesó que lo sintió como suyo. “Hay bebes que necesitan contención. Por más que no los conozcas, les das un abrazo y están contentos”.
Este episodio no solo expuso las carencias del sistema de protección infantil, sino que recordó que la humanidad puede irrumpir incluso en los pasillos más fríos. A veces, el milagro no llega en forma de decreto, sino en leche, brazos y amor que no pregunta de dónde vienes.