En Barrancas, el que más mueve conversación no es el papá ni el primo lejano: es Roller Díaz, el hermano que se pasea con pinta de estrella en formación… aunque el balón todavía lo mire con dudas. Dicen que después del desayuno queda desocupado, no libre de entrenamiento, sino libre de cualquier agenda. Camina como si lo fueran a convocar en cualquier momento, pero en vez de guayos lleva el combo de gafas oscuras y sonrisa de celebridad.
“Ese sí es el Díaz que brilla sin jugar”, comentan en tono de burla los vecinos entre tinto y empanada. Mientras Luis deja el alma en la cancha y gana aplausos por talento y sudor, Roller parece tener otro plan: conquistar los reflectores por presencia, no por rendimiento. ¿Será que en vez de goles, apunta a ser el influencer oficial del clan Díaz?
Mientras Lucho pelea títulos, firma camisetas y suma goles al repertorio de alegrías nacionales, su hermano se enfrenta a otra batalla: la de destacar por encima de el, a Roller se le ha visto rondando eventos, posando con mirada firme y estampa de celebridad en potencia. Pero el público, exigente como es, parece tener claro que a la cancha no se llega por parentesco, sino por talento y sacrificio dos ingredientes que a Lucho le sobran desde que jugaba a pie pelado en las tierras de Barrancas.
Aunque su hermano aún no marque goles, hay que reconocerle una habilidad: saber estar en el lugar preciso cuando las cámaras están encendidas. Quizás no será el nuevo crack de la Selección, pero por lo pronto, ha logrado algo que no todos consiguen: ser tema de conversación en las mesas costeñas… y eso, en tierra de buen chisme, ya es una medalla.