En Corozal, como en muchas partes del país, el billar es más que un juego, es tradición, descanso y un momento perfecto para pasarlo con amigos.
Alcides Santiz, un trabajador incansable, llegó al salón de siempre, listo para una partida con amigos. Pero ese día, una realidad lo detuvo: en casa no había aceite para cocinar y su esposa e hijos lo esperaban para poder comer.
Con el dilema en su mente, miró las mesas, sintió la tentación de unas cervezas y, finalmente, decidió lo más importante: priorizar a su familia. Compró la botella de aceite y, aunque se quedó un rato viendo a sus amigos jugar, supo que había tomado la mejor elección.