Si algo tiene Colombia, además de su café y su vallenato, es una creatividad lingüística que deja a todos boquiabiertos. Sapoperro es el mejor ejemplo de cómo el colombiano no solo sabe insultar, sino que lo hace con estilo. Esta palabra combina sapo, persona que mete la nariz donde no debe, y perro, alguien de reputación dudosa.
No te engañes, sapoperro no solo se lanza con odio; a veces también sirve para bromear entre amigos, por ejemplo, alguien te cuenta un chisme, y tú le sueltas un “¡sapoperro!” con una sonrisa. Es parte de esa tradición oral que hace del colombiano un maestro en el uso de apodos, donde cada palabra tiene su historia y un toque de gracia.
Esta «joya» del vocabulario ya está en canciones, memes y conversaciones diarias, demostrando que el lenguaje evoluciona y se adapta como pocos. Ser llamado sapoperro es un recordatorio de que, en Colombia, hasta los insultos llevan una buena dosis de cultura y humor.