La llegada del falso pastor Alfredo Saad al gobierno ha generado rechazo

La llegada de Alfredo Saade en la Casa de Nariño ha sido todo menos discreta. Apenas dos horas después de que su hoja de vida apareciera en la página de aspirantes de Presidencia, el autodenominado “pastor” se instaló en el despacho presidencial sin esperar el nombramiento oficial. Su entrada abrupta, que terminó en un altercado con el ministro Armando Benedetti, marcó el inicio de una gestión que ya genera tensiones dentro del gabinete de Gustavo Petro.

Con un estilo confrontacional y sin trayectoria sólida dentro de la izquierda, Saade ha asumido la jefatura de despacho como si se tratara de un púlpito político. Ha exigido informes urgentes a los ministros, intentó imponer presencia obligatoria en el Congreso durante la votación de la reforma pensional a la que él mismo no asistió y desbarató, por orden presidencial, el plan de la excanciller Laura Sarabia para modificar el modelo de expedición de pasaportes. Su protagonismo ha sido interpretado como una amenaza directa a figuras con mayor peso político, como Benedetti y el ministro de Trabajo, Antonio Sanguino.

“Llegó con ínfulas de jefe”, confiesa un ministro que pidió reserva. Otros lo describen como un “kamikaze” o un “lanzallamas”, por su estilo incendiario y su defensa férrea de una constituyente, la reelección de Petro y teorías conspirativas sobre amenazas contra el presidente. Su falta de conexiones dentro del gabinete y su desconocimiento de las funciones institucionales han alimentado el rechazo entre altos funcionarios, que lo ven más como un agitador que como un articulador.

Mientras Saade insiste en que su rol es hacer cumplir las órdenes del presidente, su presencia ha encendido alarmas sobre el rumbo del gobierno. Su figura, polémica y polarizante, parece más interesada en marcar territorio que en construir consensos. En un gabinete ya tensionado por reformas clave y pugnas internas, la llegada del “falso pastor” podría convertirse en una bomba de tiempo política.