La fe que le dio vida a la Villa de San Benito

La fe que le dio vida a la Villa de San Benito

Por María Carolina Buelvas Padilla.

Parecía una tarde común. El sol se escondía como de costumbre en Carbonerito, un pueblo ubicado a más o menos una hora de La Villa San Benito Abad, Sucre.

Esa tarde tres hombres llegaron al pueblo a trabajar, como eran forasteros y el trabajo era largo, decidieron alquilar una habitación para así poder tener un sitio donde descansar. Horas más tarde, la dueña de la casa empezó a escuchar ruidos. Eran martillazos, cual carpintero en construcción.

Los minutos aumentaban su incertidumbre. Rápidamente se levantó del asiento y tocó suavemente a la puerta. Nadie respondió y eso hizo que se intensificara la fuerza de su llamado. En vista que nadie le respondía, decidió abrir a la fuerza. Su sorpresa fue mayúscula cuando encontró de tres cajas, en forma de ataúd, y en cada una de ellas estaba lo que se le conocería como El Milagroso. Cada una marcada con su lugar de destino.

Así lo cuenta Catalina Arias, quien con la mirada hacia el cielo, recuerda las historias que le contaba su madre sobre su santo Milagroso. Una de las cajas decía Mompox (Bolívar), la otra Villa de Zaragoza (Antioquia) y la última Villa de San Benito de Abad (Sucre). Pero para Catalina como para muchos de los habitantes de La Villa esto solo se queda en leyenda, pues lo que ellos creen realmente es que El Señor de los Milagros llegó a ese lugar por medio de los españoles.

Entre cantos y alabanzas
Desde ese momento la procesión en honor al santo es una de las más concurridas de la región. Entre cantos y alabanzas recorren millones de personas las calles de ese pequeño municipio, ubicado a unos 67 kilómetros de la capital sucreña.

La multitud se hace evidente y a medida que pasan las horas, el calor de la aglomeración se comienza a sentir. “Que viva el Negrito de la Villa”, gritan algunos de los que acompañan el recorrido, y así con voz enardecida responden con un “Que viva”, en forma de coro, los más de cien mil creyentes que desde todas partes de Colombia, viajan hasta La Villa de San Benito Abad para visitar al Milagroso.

Sus calles angostas y sus casas con arquitectura bastante antigua hacen de este Municipio un lugar que por sí solo cuenta su historia. La procesión como la llaman comúnmente los Villeros, inicia desde la Iglesia Basílica Menor del Señor de los Milagros, donde con alegría y miradas de esperanza sacan a este santo de su templo, para así dar un pequeño, pero demorado recorrido por las calles principales del lugar.

Avanza lentamente debido a lo difícil que es caminar en medio de tanta gente. Con los brazos arriba y cantando temas en honor al Milagroso, paso a paso, continúan su recorrido donde algunos lloran, alaban, rezan y otros simplemente caminan en silencio con expresión de paz y tranquilidad. A los feligreses no les importa el sudor que recorre su cuerpo por el enorme calor que a eso de las dos de la tarde hace en San Benito.

Dos fiestas

Cada año, los villeros se preparan para recibir a miles de personas que viajan desde muy lejos, para poder ver y tocar la imagen de este cristo crucificado, de color moreno y cabellera larga al que le llaman Milagroso. En la pintoresca villa se celebran dos fiestas al año, una en el mes de marzo y otra el 14 de septiembre.

La celebración se concentra en la iglesia, un templo con una estructura única parecida a un castillo. Sus enormes torres la hace ver como si se entrara paraíso. A su alrededor está la casa de artículos religiosos que se convierte en uno de los mayores atractivos de los visitantes.

Carmen Marily, conocida por muchos como la Seño Marily, quien vive a unos trecientos metros de la iglesia, menciona que en esos días tarda aproximadamente diez minutos en llegar al templo. Dice que es tanta la multitud que llega, que los villeros desde hace varios años en esa época de peregrinación, alquilan habitaciones para las personas que van desde muy lejos a visitar al adorado Señor de los Milagros.

El Municipio no cuenta con una infraestructura hotelera que permita albergar a los miles de fieles, pero sus habitantes convierten sus casas en moradas transitorias para atender bien al visitante y para generar unos ingresos adicionales.

La procesión ya casi termina y ese domingo las calles de San Benito comienzan a quedar vacías. Los creyentes regresan a su lugar de origen, satisfechos por los miles de milagros que su Santo les cumple. Milagro como el que le hizo a Janeth Bello Gutiérrez, quien cuenta que hace tres años fue remitida a una clínica por problemas del corazón, donde le informaron que tenían que hacerle una cirugía de alto riesgo debido a que dos de sus venas estaban tapadas.

Ella se aferró a la fe que le profesa al Cristo de la Villa, tal y como se lo inculcaron sus progenitores, y desde ese momento no hizo más que aferrarse a él y pedirle que la sanara. Y así fue. Cuando volvió al médico, un año después, ya no tenía nada. Los médicos mostraron su sorpresa y consideraban que para la ciencia era imposible lo que había ocurrido en su cuerpo. Ella sonrió y agradeció mentalmente a su Cristo, pues no tenía duda que había hecho el milagro.

 

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