Lucío López, el hombre de la barriga de acero

Por Angie Melissa Arteaga Vega

Lucio López agarra con sus dos manos la totuma que contiene tres libras de arroz ‘colorao’, elaborado con aceite, ají y achiote. Cucharada tras cucharada desaparecen los granos de color rojizo, característico de la semilla de achiote con la que, en tiempos pasados, las mujeres teñían el arroz, para engañar la vista cuando la crisis aparecía en el hogar.

Al acabar la primera tanda empieza a pedir libra por libra, lo que es capaz de comer, hasta llegar al fondo de la totuma. Luego de unos minutos sus contrincantes ya se han rendido y Lucío, con la barriga tiesa por haber tragado seis libras y media más cuatro onzas de arroz, suelta la cuchara que cae en la totuma con las últimas onzas que quedan del cereal.

Ahora coronado como el más comelón de arroz ‘colorao’ en el festival que se celebra en el corregimiento El Cedro, del municipio de Cotorra, este campesino soltero de San Pelayo, se dirige a casa con la camisa desabrochada, dejando al descubierto la panza que hace justicia a sus 105 kilos de peso.

Dejó de estudiar en segundo de primaria y se dedicó a trabajar en la finca de sus padres en la vereda El Pantano, de San Pelayo. Le tocaba llevar agua hasta su casa y eso siempre le producía mucha hambre. Devoraba la cena sin piedad.

Es alto y de tez blanca, a pesar de las largas jornadas que día a día trabaja bajo el sol. Su camiseta de rayas rojas y azules, un poco sucia por el trabajo que ya ha hecho, un pantalón corto del cual cuelgan algunos hilos y unas abarcas ‘tres puntá’, denotan que su labor no es nada fácil.

En Carrillo, donde vive, es conocido por su capacidad de comer en grandes cantidades. No es gordo, más bien es pipón. Y cómo no! Aunque come solo dos veces al día, es suficiente para que su abdomen crezca de manera desproporcionada.

Se levanta a las cinco de la mañana y se prepara su propia comida. Su desayuno rutinario es media libra de queso, dos libras de yuca cocida y tres plátanos. Eso a su juicio es poco y por ello prepara una cena más cargada: una libra de arroz de coco, acompañado con libra y media de carne y unos cuantos papoches.

Dos meses después de haber ganado el concurso del arroz ‘colorao’, se dispuso a participar en el concurso de los más tomadores de chicha, que se celebra en el corregimiento El Carito, de Lorica.

Esa mañana preparó una bola de queso amasado, bien salado, para que más tarde le diera sed y el dulce de la chicha fuera bien recibido. Curiosamente se puso la misma camisa blanca, con cuadros rojos y verde, con la que había ganado en el concurso anterior. Abrochó solo algunos botones de la prenda, dejando su pecho al descubierto.

Se había preparado toda la semana haciendo y bebiendo chicha en su casa. Así que esa noche inclinó la totuma repleta y la pegó a su boca sin dejar caer una gota del líquido. No fue difícil tomarse 14 vasos de chicha fermentada, pues ya había ganado dos veces el concurso.

Recibió su premio de medio millón de pesos y enseguida supo en qué lo invertiría: un kiosco de palma en el patio de su casa y en la compra de marranos y gallinas para criar y luego vender.

Al día siguiente de su triunfo, varios vecinos llegaron a su casa a felicitarle, entre ellos sus hermanos Rodrigo y Julio López, quienes comentan que desde niño siempre fue ‘tragoncito’. “Cuando en la casa cocinaban cerdo y le servían poco, se enojaba”, dicen con una sonrisa picaresca.

En su tierra es muy querido y apoyado por todos. Su amigo Rogelio Otero recuerda cuando participó en un concurso en San Antero, donde comió 11 libras y media de ñame con mantequilla. El hombre de la barriga de acero se ríe alegremente confirmando el hecho y añadiendo que por poco vomita, pero no dejó que eso pasara para no perder el premio.

Todo puede dejar de hacer en la vida, menos comer. La soledad no le afecta para nada, la falta de estudio tampoco. Su silencio lo combina con la habilidad para juntar las leñas y prender fuego. Una buena cabeza de cerdo, acompañada de una libra de arroz y dos plátanos, es el menú del día.

En medio de su sencillez y de su rutina quiere ser reconocido como el mayor comelón de Córdoba. Nada le apasiona más que servir una buena porción de comida en su plato y sentir la brisa fresca de su terruño.

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