Carreras a caballo en Sabananueva, tradición que se percibe con los ojos del alma

Carreras a caballo en Sabananueva, tradición que se percibe con los ojos del alma

Por Camila Zuluaga

 

Ese día el sol y la lluvia estaban de buenas o del lado de los pelayeros. El clima estaba perfecto para que todos, desde el más pequeño hasta el más viejo, aportaran un granito de arena para que las fiestas y en especial las carreras a caballo, fueran un éxito total.

El planchón que transportaba hacia la otra parte del pueblo, donde se hacen las fiestas, estaba cargado de gente y el puesto de Róbinson Mesquía, inundado de hombres bebiendo cervezas. Al parecer estaban recargando motores para la noche, así gritó Pachín, un sabanuevero, bajito y de pelo crespo, que es amante al licor y a las celebraciones.

Toda la gente, pero en especial los hombres, trabajaban en esa media tarde, corrían de un lado a otro. La caseta que abriría sus puertas de zinc después de la presentación de los jockeys (así se le llama a los que doman o manipulan los caballos) estaba casi lista.

Pasaron las horas y todo estaba organizado y preparado en espera de la gente, los diferentes puestos de artesanías y ventas abrían sus puertas para los visitantes.

Ahora que el día se oscurecía un poco más, infinidades de personas del pueblo y de otros lugares llegaban e instauraban sus puestos para el espectáculo. Un porro de fondo sonaba, ese toque lo estaba dando una banda de Pelayo o una de La Madera, lo cierto es que se escuchaba bonito.

Entre gritos, polvo y caballos

El galope de los caballos sobre el suelo pregonaba y al tiempo levantaba un polvo que bañaba a todos los que se encontraban allí, algunos estaban sentados y otros de pie, gritando y guapirreando cada caballo que pasaba.
Mientras tanto, el corazón de Miguel Padilla, se aceleraba cada vez más y el nervio invadía su cuerpo.

Su momento de brillar ante los ojos de los demás se acercaba, pero en su mente recordaba cómo el año anterior, por estar haciendo estas acrobacias, se partió una de sus piernas aunque ya estaba bien. Por su parte, su instinto decía: “esta vez, vamos con toda”.

Entre gritos, polvo y caballos se escuchaba la voz de Miguel decir: “Afuera la calle, Afuera la calle”. Ese es el llamado que hacen los jockeys para pedir la vía mientras va dando el show. Esta vez, iba él en su caballo de color café y cola larga, que corría como a 50 kilómetros por hora y Padilla se paraba suavemente en la silla del animal, hasta lograr equilibrarse y estar de pie. La multitud le aplaudía y gritaba.

Así como corría y bombeaba la sangre en él, en los fogones de leña de algunas casas, se cocinaba a fuego lento la cena del día. En la plaza gozaban y esperaban la segunda ronda. Ahora el turno era para una pareja de enamorados que portaban poncho y camisas de cuadro, ambos montados en sus caballos, uno pinto y otro negro, demostraban su cariño con un abrazo en medio de la corrida, más aplausos para ellos también.

Unos chicos, como de unos 12 o 13 años de edad, comentaban que las carreras a caballos iniciaban desde la orilla del río hasta la casa de la difunta Rochi. Este era un recorrido largo y polvoriento y según uno de ellos, cuando grande soñaba con ser uno de los mejores jinetes del pueblo y que cuando pudiese, participaría en todas las ocasiones posibles.

Continuaban las rondas. La pista era para dos amigos, uno de ellos llevaba un sombrero, pero este, al primer paso del caballo, lo dejó caer en medio de los pies de quienes observaban. La pirueta de estos jóvenes consistía en pararse ambos al mismo tiempo en sus caballos y agarrarse de sus manos, esta fue un éxito.

Seguía la competencia y en esta ocasión se encontraba un descamisado que dejaba ver sus pronunciadas costillas y justo a su lado, un gordo de camisa blanca. Los caballos de ambos relinchaban y pedían vía, ya querían arrancar, pero debían esperar la señal y esa solo la daba Pachín, el señor que hace un rato estaba tomando en el puesto de Mesquías. Se paró en medio de los participantes y dijo: “ahí fue”. Los dos animales corrieron como alma que lleva el diablo y aunque el ganador fue el gordo, al final, los dos se aplaudieron y se abrazaron.

Con los ojos del alma

Cada quien en ese momento gozaba de un panorama fenomenal, lástima que Lucinda Doria, una señora ciega como de 76 años, no podía mirar las piruetas de los jockeys o caballos que transitaban. Ella se deleitaba ahí sentada y tranquila con el oír tanto de los pasos de estos animales como las risas y aplausos que daba el público en cada corrida que hacían.

Y así se fueron consumiendo las dos horas de carreras. Hombres e incluso mujeres, ponían a prueba su equilibrio, acompañados o solos. Lo más bonito de estas corridas, es que si fallan en medio de ellas, no pasa nada, un buen grito de aliento lo reconfortará, siempre y cuando no se hayan lastimado. Aquí lo importante es gozar y vivir el momento al cien por ciento.

Cae la noche y la luna bien redonda se ubicó arriba de la punta de la iglesia. Se escuchan varias bandas, los que tocaban, armonizaban sus sones al compás de un buen aguardiente y al gusto de los oyentes.

Varios caballos, al terminar las carreras, se veían sofocados, por fin era su espacio para descansar. Unos animales ahora tomaban agua y otros estaban con ganas de seguir galopando al son de las bandas. Cerca de la caseta, que ya abría sus puertas, se encontraba un caballo de paso fino que brincaba y sacudía su melena y cola para que todos lo vieran y le aplaudieran.

Cristo Pérez, al parecer, esa noche había vendido 27 cajas de cervezas en menos de dos horas. Todo hasta el momento transcurría de manera excelente, varias mujeres con faldas y parejos imaginarios, gozaban de un buen porro. Aún por toda la plaza se notaba el rondar de unos caballos dominados por expertos que los ponían a hacer maromas, saltaban, corrían suavemente y sus patas delanteras caían arrodilladas al suelo.

Eran las cuatro de la madrugada y los sabanueveros, contentos y felices, gozaban sus festividades. Así se viven las corridas a caballo en el hermoso pueblo de Sabananueva, un corregimiento de San Pelayo, Córdoba, en donde sin importar la variedad de transportes que debes tomar, llegas a disfrutar.

La fiesta finalizó al día siguiente con la procesión en honor a la veneración de la Virgen de la Inmaculada Concepción, la patrona del pueblo.

Los comentarios sobre las corridas del día anterior, solo eran buenos, ahora estaban los dos muchachitos de 12 años con unos palos que eran sus caballos, corriendo por la plaza e intentando hacer las maromas que habían observado el día anterior. Su corazón se agitaba como si estuvieran en la plaza principal y seguro en sus sueños estaría galopar frente a un público haciendo distintas acrobacias que se pueden ver hasta con los ojos del alma.

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