Alfredo Torres, un hombre que no concibe la vida sin el lienzo y sin el barro para las esculturas

Por Odette Ramos

 

La hora del almuerzo había pasado. Eran aproximadamente las dos de la tarde y Alfredo Torres ya se ponía sus zapatos para encontrarse nuevamente con el río Sinú. Su madre, Ana Ibáñez, le advirtió que debía regresar para cenar. Era solo una cuadra de distancia lo que debía caminar para realizar su actividad de casi todos los días.

Llegó a su punto de destino. Contemplando el paisaje vio aquella canoa en la orilla, que para él era aquel sitio en donde se sentaba a generar ideas. Quitó sus zapatillas y se sentó, metiendo sus pequeños pies en la corriente. Observó el agua, su movimiento, sus colores, el contraste de esta con los árboles, el verde de sus hojas y el sonido de los animales, mientras las nubes en el cielo se movían en una sola dirección.

Caminó un poco más. Miró el barro que allí había, este se encontraba húmedo con una mezcla babosa que para algunos puede resultar desagradable, pero en su opinión era el material perfecto para hacer figuras u objetos. Eran horas las que pasaba bajo el sol, tratando de darle vida a todo lo que su mente le trasmitía. No le importaba la sensación de quemazón que le provocaba en su delicada piel, sino el resultado que obtendría al finalizar su travesía.

Al llegar a casa, antes del anochecer, su padre, Manuel Torres, un carpintero y maestro de obra, lo regañó por estar nuevamente perdiendo el tiempo en vez de trabajar o ayudar en la casa. Alfredo no entendía por qué su progenitor era tan desapegado a las emociones o a la familia. Quería que este se pareciese más a su madre, que era una mujer comprensiva y querida por todos, con inmensas ganas de vivir y con el don de convertir lo negativo en una fortaleza. Luego de discutir en casa se apresuró a salir de esta con intenciones de no volver en un rato, a unos pocos pasos en esa misma calle vio por una ventana a un hombre que realizaba algo extraño para sus ojos.

Había una abundante suma de cuadros. Era un despacho desordenado que tenía gran cantidad de pinturas. Aquel misterioso señor se mostraba pensativo, frente a un gran papel que parecía tela. Movía lo que creía era un gran lápiz de palo, con pequeños cabellos en la punta, que le daba matices a un dibujo.

Deliberó y decidió que no era normal. Aquella persona debía ser diferente, tener poderes que los demás no poseían, para poder hacer eso que parecía magia. Como buen niño sintió curiosidad y casi todas las noches, clandestinamente, volvía para entender un poco más qué sucedía en ese cuarto. Comprendió entonces que no era necesario un papel, sino que cualquier lienzo servía. Un día luego de regresar de su visita secreta, tomó el pañal de tela de su hermana menor, le pegó cuatro palitos y empezó a recrear lo que aprendió.

El arte es el resultado de cosas maravillosas

Alfredo baja su taza de café al escuchar que su esposa interrumpía sus recuerdos. Marta Páez, una morena de ojos claros, que se acercaba notablemente agitada con un teléfono en su mano, le dijo que era una llamada importante, pues se trataba de una pintura que necesitaban.

Con el paso de los años miró su reflejo. Su cuerpo ya no era delgado, le había salido una barriga. Su tono trigueño estaba más oscuro debido a las quemaduras de sol, su cabello se había tornado canoso, al igual que su bigote, sus ojos negros seguían iguales, pero últimamente con pequeñas bolsitas bajo los ojos. “Los 60 años no llegan solos”, pensó.

Al acostarse ese 22 de abril de 2017 soñó con sus hermanos: Cielo, Sol, Iris, Sofía, Henry, Emilia y Liliana, con quienes comparte su gusto por el arte. Haciendo más agradable su soñar veía a sus hijos: César, ingeniero industrial, e Isabela, su futura odontóloga, correr por toda la casa.

Se puso una camisa azul, pantalones beige, zapatos café, sus gafas en el bolsillo izquierdo, junto a un bolígrafo y su celular en el derecho.

“Se puede decir que el arte es el resultado de cosas maravillosas, es la lucha y liberación con el otro. Creo que cuando uno está en un medio contaminado, y me refiero a creencias que el arte es cosas de locos, imbéciles, flojos y que no es rentable como profesión, masifican un concepto que termina siendo un problema para cualquier persona en el campo artístico, desde poetas a bailarines. Fui víctima de eso, pues no se me permitía tener esos gustos ya que era una estupidez que no tenía futuro”, indica con nostalgia.

Al decir eso recordó como en 1971, con 14 años de edad, abandonó su hogar para poder buscar un ambiente solitario donde se pudiera desarrollar una obra. Para poder sostenerse usó su ingenio haciendo sillas en madera, dibujos callejeros, avisos para paredes y almacenes, vendiendo dulces, soldador, ayudante de albañilería, oficio este al que le atribuye una importancia, pues le dejó una gran experiencia que aplicó en su oficio. Lo hacía con esfuerzo convencido que algún día todo eso traería un resultado. Si quería un pincel tenía que dejar de comer para comprar uno.

Artista empírico

Dentro de su mundo, creando y formando al mismo tiempo, intentaba superar eso que lo rodeaba, apoyado en la lectura de muchos poetas como Neruda, Gustavo Becker y retroalimentándose con obras como la vida de Simón Bolívar o con trabajos filosóficos de Marx, que fueron importantes en su autoformación.

Se acomoda en el asiento para evocar los recuerdos. “Todo lo que sé lo he aprendido de forma empírica, estuve de asistente en artes plásticas en la Universidad Nacional, fui aprendiz de Fonseca Truque y estuve en una escuela de pintura ubicada, en el colegio INEM en Montería”

Reconoce que para ser un gran pintor es necesaria la técnica y la imaginación. Algo fundamental es saber que la inspiración es algo que fluye en cualquier momento. “Cuando una persona tiene respeto por la naturaleza es capaz de crear un conexión con esta y apreciar la textura y los matices de lo que ofrece. Se crea una visión en donde la mente guarda en la memoria sus formas, composición y equilibrio con los que se puede formar un cuadro”.

Actualmente tiene proyectos que serán exhibidos en los cuales hay temas referentes a Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Facundo Cabrales y Eduardo Galeano con los cuales no espera solo demostrar parte de la cultura, sino una lectura que le da la posibilidad de ir más allá de lo plástico.

Hoy en día Alfredo Torres es uno de los mayores exponentes del arte en Córdoba. Con sus obras muestra gran parte de la idiosincrasia del departamento. Son más de 160 exposiciones que ha tenido y de los que espera que el número siga creciendo porque no concibe la vida sin el lienzo, ni la escultura sin el suave barro o el duro metal.

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